sábado, 29 de agosto de 2015

El JESÚS HISTÓRICO COMO PUNTO DE PARTIDA DE LA CRISTOLOGÍA DE JON SOBRINO

2.4.5.- El Jesús histórico como punto de partida de la cristología de Jon Sobrino.-



Para el creyente (y se presupone que el teólogo es uno de ellos), Jesucristo reclama una significación universal, y no existe una manera única para entrar al misterio que sea normada ni por el nuevo testamento ni por la enseñanza de la iglesia.

Elegir entonces el punto de partida de la cristología, no sólo implica tomar una opción, sino que esta opción incide en los resultados a los cuales se llega en conclusión del trabajo teológico. Por esta razón, la elección desde donde se comienza la sistematización teológica, debiese ser siempre el punto de partida que parezca más apto para dar cuenta del misterio de Jesucristo al pueblo creyente.




Jon Sobrino nos señala al respecto: “desde el principio que elegimos como punto de partida la realidad de Jesús de Nazaret, su vida, su misión y su destino, lo que suele llamarse el “Jesús histórico”. (Sobrino, J. 1991 p.73).


En términos generales, Jesucristo conforma una totalidad que se define por un elemento trascendente (Cristo) y otro histórico (Jesús). Tradicionalmente se ha privilegiado el elemento trascendente del Cristo, para comprender el ingreso de Dios en la historia y se interpreta al Jesús de la historia desde la conceptualización que surge desde la imagen de Cristo. Esta opción metodológica se conoce como  “cristología desde arriba” o “cristología descendente” pues el Cristo, desde arriba ilumina la reflexión de Jesús y la historia humana.

Sin embargo para el autor, el descenso de Dios a la historia no se capta solamente en la pura formalidad del Cristo, sino que se profundiza al cotejarlo con el Jesús de la historia, en su praxis liberadora en medio de los hombres hasta su muerte en cruz, y comprende en el hecho histórico de Jesús, “el acercamiento real de Dios a los hombres en cuanto salvífico, compartiendo su condición hasta los extremos de la cruz. Ese prodigio de Dios no es otra cosa que el Jesús de Nazareth concreto” (Sobrino, J. 1991 p.75). En esta opción de comenzar la cristología desde el Jesús de la historia, se invierte el método cristológico, pues comienza desde abajo, y se convierte en una “cristología ascendente”.

Sin embargo, Sobrino es consciente que el declarar que Jesús es el Cristo, es una afirmación límite que sólo tiene asidero en la fe en Jesucristo. Por esta razón aclara que estas afirmaciones límite que se comprenden desde la fe, deben tener una justificación en la historia y desde allí vislumbrar el misterio del Dios vivo que se revela a los hombres. Por esta razón recurre al método de interpretación bíblica pues “en la Escritura, las afirmaciones-límite trascendentes vienen precedidas de afirmaciones históricas. Así, en el cántico de Moisés se habla de Dios, en sí mismo liberador (afirmación-límite), pero esta confesión de fe viene precedida de la realidad de la liberación de Egipto, atribuida (en la fe) a Dios”. (Sobrino, J. 1991 p.76).

En este sentido, la fe en Cristo, confesada por las primeras comunidades, se vio enfrentada al hecho histórico de Jesús, su ministerio, su muerte en cruz y su resurrección. Es entonces, en la historia del los hombres donde se manifiesta esta fe, y constituye el camino privilegiado para comprender que el Jesús de la historia es el Cristo de la fe. “Y ese camino comenzó con Jesús de Nazaret. El camino lógico de la cristología es, pues, el cronológico. Jesús puede ser comprendido como el camino al Cristo”. (Sobrino, J. 1991 p.76).

No obstante, el hecho de que Jesús sea el Cristo, aun sigue siendo una afirmación límite, y es importante comprender que esta sentencia (así como la afirmación límite de realidades como el amor, la libertad y la vida misma) necesitan del camino del conocimiento. Lo que hasta hoy nos ha sido transmitido de Jesús, nos viene desde los relatos del nuevo testamento, donde indiscutiblemente se presenta a Jesucristo ya reflexionado por la fe de la comunidad, después del acontecimiento de la resurrección. Son los escritos del nuevo testamento los primeros en declarar que Jesús es el Cristo, pero para ello, su salvaguarda es precisamente el Jesús de la historia, que en una posterior elaboración literaria ha sido teologizado; y a su vez, el Cristo de la fe ha sido también historizado. De esta manera, el Jesús del nuevo testamento se transforma en la mejor salvaguarda frente a las deformaciones posteriores que se quisieron imponer en los primeros siglos del cristianismo.

Sobrino nos dirá finalmente que, “por estas dos razones fundamentales –que Jesús sea el mejor camino hacia el Cristo y su mejor salvaguarda- elegimos el “Jesús histórico” como punto de partida” (Sobrino, J. 1991 p.79), para la elaboración de su cristología.




Las otras cristologías que se elaboran en la iglesia católica, suelen partir principalmente desde las afirmaciones dogmáticas conciliares (especialmente desde el Concilio de Calcedonia que declara la divinidad de la persona de Cristo en dos naturalezas humana y divina), o desde afirmaciones bíblico-dogmáticas, que rescatan expresiones como Cristo el “Señor” o “Hijo de Dios”, pero que no permite una comprensión del misterio de Cristo, de mejor forma que si comenzamos con el Jesús histórico, que originó esta variedad de cristologías. 



Otro punto de partida importante para la cristología católica, es el Kerygma (o predicación del Cristo muerto y resucitado), pues desde 1892 M. Kähler, renunciando a recuperar la biografía de Jesús, propone que “el verdadero Cristo es el Cristo predicado” (Sobrino, J. 1991 p.83) y desde ese minuto, se comenzará también a usar la distinción entre Jesús histórico y el Cristo de la fe. 


Otros puntos de partida utilizados por los teólogos en referencia a la cristología han sido la experiencia de la presencia actual de Cristo en el culto, la resurrección de Cristo y la doctrina que en los siglos XVIII y XIX presentaba a Jesús como maestro y modelo de religión universal, éste último; denunciado como peligroso por el autor pues “las doctrinas de Jesús no son la confirmación de la sustancia religiosa del hombre universal ni menos la confirmación del ideal burgués del ser humano, sino su crítica” (Sobrino, J. 1991 p.85).

No obstante, desde la postura crítica a las cristologías que parten desde otros lugares, se pretende evidenciar su fragilidad al dejar de lado al Jesús de la historia o el peligro que significa una cristología sin Jesús, pero el autor reconoce en ellas, elementos que aportan a la reflexión de la cristología actual, con un marcado acento en que no dejen de lado a Jesús de Nazaret en su proceso de sistematización teológica.





Sábado Noche de Luna Llena, 29 de Agosto de 2015 

Y?LESA HUMANIDAD

Y?LESA HUMANIDAD




Dicen que en esa sala torturaban
dicen por allí...
Dicen que les sacaban
sus dientes desde la raíz,
así también los separaban
de sus seres amados
en la oscuridad de la noche
dicen...



Dicen que te abrían las piernas,
y te penetraban con ratones
y perros amaestrados
dicen...



¿Pero será Verdad?;
niña Por Dios!!!
sí esa gente es tan pecadora...
NO creen en Dios como nosotros!

Dicen de que hay un servicio,
del estado...
dicen que se llama DINA;
dicen que se llama Manuel
el Monstruo que los lidera.


¿Pero será Verdad?
En el Nombre del Padre
Te lo Juro!!!
Debe ser un invento,
del comunismo internacional;
Son Todos Ateos!!!


Y pasan los años
de la Ignominia,
y la Dina fue CNI,
que se parece a
CIA & KKK


Y Gracias a la Virgen Santa,
a nosotros no nos pasó nada...
En el nombre del HIjo,
¿Seguro que Nada?

¿Y quién dice que,
todo este infierno
es mentira?



Desde New York,
hasta Osorno
el mundo se estremece
con sórdida Verdad



Pues revestidos,
de sotana y talar;
el abusador,
torturaba a sus víctimas...

Detenidos... Desaparecidos
en la oscuridad de la noche
arrancados desde la misma Vicaría


Secuestrados Permanentes
de parroquias y seminarios
¿DONDE ESTÁN?


Resucitando desde las Injusticias,
anuncian con Victor y con Miguel
con cuerno de Jobel
que siete sellos fueron violentados;
y se viene el Armagedón
y todos pidiendo perdón


Mea Culpa
Mea Culpa
Mea Máxima Culpa



(to be continued)


Valparaíso, 29 de Agosto de 2015

jueves, 27 de agosto de 2015

AMOR FURIOSO

AMOR FURIOSO




Amor Furioso
como el que irrumpe,
con el prístino
Hola! de un niño.




Desierto de mi desapego,
me sostengo en la flama de tus pupilas
reflejo del oro y el cielo
me dejo perplejo
en éxtasis ante tí



Tú; Pasionura Invernal
alzada y atrevida
adelantando todas las primaveras
de la historia



La sangre late y gime
en éstas, todas tus venas;
desátate entre mis brazos
y descubrirás mi cielo



Aliviemos de la mákina del mundo
con su incansable martillar
Mariposa de Ala azul,
hechizo de amor profesional



El travieso destino
cruzó tu fiera mirada;
gatillando emociones cósmicas
pulverizándome,
en un nanosegundo
de Pasionura en Extasis
Oh Sagrada Demonia 
de este Amor tan Furioso!


Santa Lucìa 162; Santiago de Chile.27 de Agosto 2015

2.4. La Cristología de Jon Sobrino.-

2.4. La Cristología de Jon Sobrino.-



2.4.1. Introducción

Para comprender la cristología de Jon Sobrino, debemos referirnos a la introducción del texto, donde el autor nos señala que “en este libro queremos presentar al Cristo que es Jesús de Nazaret, y por ello, lo hemos titulado Jesucristo Liberador” (Sobrino, J. 1991 p.17). Ya desde la primera frase, se deja entrever la finalidad de la cristología de la liberación en general y la de Sobrino en particular: es una cristología que se enmarca en el seguimiento de Jesús de Nazaret, el hombre histórico que la fe de una comunidad de creyentes le ha reconocido como el Cristo.

El título no es antojadizo, sino que está cargado por la densidad de la historia reciente del continente americano, que desde la intuición original de Gustavo Gutiérrez constata el surgimiento de una nueva reflexión desde el mundo de los más pobres, que se imbrica por el interés de rescatar una imagen más histórica de Jesucristo, privilegiándose desde esta parte del mundo, un ejercicio teológico en virtud del ministerio de Jesús de Nazaret, el hombre histórico, para comprender de mejor forma al Cristo de la fe.

En este sentido, “es un hecho que la vuelta a Jesús de Nazaret ha hecho recobrar, también históricamente, una nueva imagen de Cristo y que esta ha desencadenado una fe fructífera para los creyentes, para la Iglesia y para los procesos de liberación” (Sobrino, J. 1991 p.17).



El trabajo de Sobrino, (en especial esta cristología) es construido experiencialmente en la República del Salvador, en medio de su sangrienta guerra civil. El autor, teólogo y sacerdote jesuita es el único sobreviviente de la matanza de la Uca. Su obra está dedicada a los mártires (entre ellos a Martín Baró), y como testimonio contra la desesperanza nos relata que “este libro está escrito en medio de la crucifixión, pero, en definitiva, con la esperanza de la liberación” (Sobrino, J. 1991 p.17).



Es precisamente esta coyuntura histórica, la que motiva al teólogo a desarrollar su cristología; pues para Sobrino “no hay que olvidar que en la historia ha habido cristologías heréticas que han recortado la verdad total de Cristo, y –lo que es peor- que ha habido cristologías objetivamente nocivas, que han presentado a un Cristo distinto y aun objetivamente contrario a Jesús de Nazaret. (Sobrino, J. 1991 p.20).

En este sentido, el esfuerzo de la cristología de Sobrino no consiste sólo en una actualización del trabajo teológico por el sólo gusto académico, sino más bien se encuadra en el deseo de hacer actual, lúcida y comprometida la labor del teólogo en un contexto donde no se encuentra ni siquiera el mínimo aceptable para que la vida humana pueda desarrollarse. 

Y en este sentido el autor nos señala: “Recordemos que nuestro continente cristiano ha vivido siglos de opresión inhumana y anticristiana sin que la cristología, al parecer, se diera por enterada y sin que supusiera una denuncia profética en nombre de Jesucristo” (Sobrino, J. 1991 p.20). El trabajo teológico entonces, desde la perspectiva de la liberación, no sólo se traduce en el cumplimiento de “dar razón de su esperanza” (1Pe. 3,15), sino que también se transforma en un compromiso histórico con aquellos sectores sociales más vulnerables; pues el autor considera que “en América Latina, la cristología es una necesidad por razones históricas: es necesario presentar a un Cristo que, como mínimo, sea aliado de la liberación, no de la opresión” (Sobrino, J. 1991 p.21).


No obstante, está opción por el Cristo Liberador, no es una opción ideologizada o antojadizamente arbitraria; surge desde la fe razonada y vivida en medio de contextos conflictivos y se encuentra iluminada por la lectura comunitaria del Evangelio. Es la expresión de hombres y mujeres que siguen a Jesús de Nazaret y que el teólogo, al servicio de su comunidad eclesial, ha sistematizado para una mejor comprensión de la fe y del compromiso que ésta debe tener en la vida personal y en la historia de la comunidad.

En esta línea, lo fundamental y lo fundante que ilumina la reflexión de esta cristología es “la opción de Jesús por los pobres, su misericordia y justicia, su confrontación con los poderosos, su persecución y muerte a causa de todo ello, su resurrección reivindicadora. Y ante todo que a ese Jesús hay que seguir.” (Sobrino, J. 1991 p.22).


En sintonía con esta opción, las razones para esta cristología son fundamentalmente dos. La primera de tipo ético se funda en el hecho de la manipulación que se hace de la figura de Jesucristo en un continente mayoritariamente creyente (a diferencia de lo que ocurre en Europa, Asia o África) y donde es necesario rescatar una cristología en función de una iglesia de los pobres, considerando que es la opción de la Iglesia Latinoamericana desde la Conferencia de Medellín y ratificada en Puebla. Esta opción se ve confirmada por la realidad histórica del continente, pues “tanto Cristo como el continente están hoy crucificados. Y estas cruces no sólo dan que pensar y mueven a cambiar en el modo de pensar, sino que obligan a pensar” (Sobrino, J. 1991 p.24).



Una segunda razón está dada por la realidad misma de Cristo, pues desde la mirada del creyente, él es “eu-aggelion, buena noticia, la aparición de la benignidad de Dios” (Sobrino, J. 1991 p.25) en medio de la historia de la humanidad. Este hecho, no sólo es una constatación de fe, de que Jesucristo es Buena Noticia, sino que se manifiesta en que produce a su vez gozo y agradecimiento. Y en este sentido, especialmente en Latinoamérica, Jesucristo no sólo es visto como el crucificado; también es reconocido como Buena Noticia, y lo mismo ocurre con la cristología. La Buena Noticia de Jesucristo entonces, es una realidad que goza de un status de importancia y trascendencia para el pueblo latinoamericano y es labor del teólogo cuidar de que no sea víctima de secuestro y tergiversaciones con intenciones funcionales del poder idolátrico de quienes manejan los privilegios en contra del resto del pueblo, y frente a este secuestro de Jesucristo “hay que salir en su defensa y dar la cara por él” (Sobrino, J. 1991 p.25).

En la centralidad de esta cristología encontramos en palabras del propio autor que: “la finalidad de esta cristología es la de presentar la verdad de Jesucristo desde la perspectiva de la liberación, y este libro se mantiene, por lo tanto, en la línea trazada ya hace años” (Sobrino, J. 1991 p.26). Y como correlato a esta finalidad explicitada, nos encontramos con la justificación de esta mirada liberacionista presente en toda la obra: “la razón de esta insistencia es que la liberación es correlativa a la opresión, y ésta, en forma de injusta pobreza – a la que se añaden las opresiones por causa de las etnias, la cultura, el sexo…-, no sólo no ha desaparecido, sino que en la mayoría de los casos va en aumento”. (Sobrino, J. 1991 p.26).


En esta línea de pensamiento, el trabajo de la cristología de Jon Sobrino, se dirige en una doble dirección. En primer lugar se pretende seguir al Jesús de la historia, que la fe proclama como el Cristo, y para ello se presentarán tres acontecimientos centrales en la vida de Jesús: “su servicio al reino de Dios, su relación con Dios Padre y su muerte en cruz” (Sobrino, J. 1991 p.27), insistiendo ciertamente en el carácter liberador, de la misión de Jesús y de la Buena Noticia que significa para todo un pueblo, que el Hijo de Dios actúe de esa forma en defensa de los desposeídos y marginados de la sociedad.

La segunda línea de profundización, estará encausada al Cristo de la fe, elaboración posterior a la experiencia del Calvario, y que presupone la resurrección reivindicadora de Jesús (Dios resucita al asesinado por los poderosos como gesto de poder frente al sistema opresor), confesando que Jesús es el Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, presente y actuante en la historia, contenido en el derrotero del dogma cristiano.

Esta realidad, la que el Jesús de la historia es el Cristo de la fe, se comprende en una unidad. Y esta unidad es Jesucristo, objeto de la Cristología, y fundamento del seguimiento de la vida cristiana en fidelidad a la Buena Noticia del Evangelio. Sin embargo, el contexto en que se realiza la reflexión de Jon Sobrino, está marcado por la sangre del martirio salvadoreño y se identifica con el Crucificado. La realidad de Jesucristo se entrecruza entonces, con la historia de un pueblo entero crucificado por los poderosos, y que a pesar de ello se transforma en signo de esperanza para otros y otras.

En este sentido Sobrino confiesa que el libro “lo hemos escrito en medio de la guerra, de amenazas, de conflictos y persecuciones, que produce innumerables urgencias a las que hay que atender e innumerables trastornos en el ritmo de trabajo. El asesinato martirio de mis hermano jesuitas, de Julia Elba y Celina, dejó el corazón helado y la cabeza vacía” (Sobrino, J. 1991 p.29)), evidenciando de esta manera, que la cristología de la liberación se desarrolla dentro de un contexto muy concreto y cargado de la densidad de la historia, que no lo transforma sólo en una reflexión teológica particular y contextual restrictiva (como muchos críticos señalan) sino que abre con su reflexión desde el pueblo sufriente, una nueva dimensión a la hora de comprender la figura bíblica del “Siervo sufriente”, pues no es sólo una bella y metafórica figura literaria, sino una realidad presente y que invita al ejercicio intelectual y al compromiso activo por la liberación de los oprimidos.

De esta forma, el Jesucristo crucificado, se transforma en Jesucristo Libertador, del lado de los más vulnerables, desde el reverso de la historia, sembrando esperanza creyente contra toda esperanza; en palabras del mismo Sobrino: “El Jesucristo crucificado, tan omnipresente, es realmente una buena noticia, es, en verdad, un Jesucristo Libertador” (Sobrino, J. 1991 p.30).

2.4.2.- Una nueva Imagen de Cristo que propicia una nueva fe liberadora.

En un continente mayoritariamente cristiano, la imagen que ha prevalecido históricamente ha sido la del Cristo crucificado y doliente. Desde el principio de la evangelización la religiosidad popular atestigua este hecho a lo largo y ancho de toda Latinoamérica, concentrándose en diferentes regiones devociones con un fuerte sentido del sufrimiento de Jesús en su pasión y muerte en cruz. Este hecho el autor lo comprende dado que, desde “los inicios, los indígenas vencidos que aceptaron a Cristo lo hicieron de forma específica. No lo asumieron sincretistamente, sino que del Cristo traído por los vencedores asumieron, precisamente, aquello que más los asemejaba a él: un Cristo, él mismo aniquilado y vencido” (Sobrino, J. 1991 p.32). El devenir histórico de esta devoción ha confluido en que hasta el día de hoy “el Cristo de las mayorías pobres de Latino América es el Cristo sufriente, de modo que la semana santa es el momento religioso más importante del año.” (Sobrino, J. 1991 p.32).

No obstante, en lo que ha significado el mayor hecho cristológico latinoamericano, “el tradicional Cristo sufriente ha sido visto no ya sólo como símbolo de sufrimiento con el cual poder identificarse, sino también y específicamente como símbolo de protesta contra su sufrimiento, y, sobre todo, como símbolo de liberación” (Sobrino, J. 1991 p.33).

En este sentido, esta nueva imagen de Cristo en el continente no sólo anima el desarrollo teológico de Sobrino y otros más que descubren el rostro de un Dios liberador y lo exponen sistemáticamente. Ha sido también el impulso para una nueva forma de vivir la fe, que se compromete con la historia y con los necesarios y profundos cambios sociales que se nos exigen desde la perspectiva del Evangelio. El hecho más significativo de esta nueva manera de vivir se grafica en que “muchos cristianos han sido asesinados en América Latina, pero no cualquiera de ellos, sino los que actúan consecuentemente, según la nueva imagen del Cristo liberador. Y este hecho martirial generalizado es la mejor prueba de que existe en verdad una nueva imagen de Cristo y una imagen más de acuerdo al Cristo que es Jesús. Fe en Cristo, significa ante todo, seguimiento de Jesús” (Sobrino, J. 1991 p.34).

Esta renovada fe en Cristo se ha traducido entonces en seguimiento del Jesús de la historia, y este “Jesús está a favor de unos, los oprimidos, y en contra de otros, los opresores” (Sobrino, J. 1991 p.34); el Cristo y la fe en él se transforma entonces en conflictivos incomodando hasta el extremo a los poderosos que emplean toda la maquinaria de muerte disponible para acallar estas nuevas expresiones de fe que surgen por todo el continente. En palabras del propio autor “el seguimiento de Jesús es, por esencia, conflictivo porque significa reproducir una práctica a favor de unos y en contra de otros, y esto origina ataques y persecución” (Sobrino, J. 1991 p.34).

La densidad del testimonio martirial que esta nueva imagen de Cristo ha venido a nutrir en medio del pueblo creyente, también es signo históricamente visible en contra de otras cristologías de origen europeo o norteamericano que restringen de manera alienante el contenido de la cristología en términos sistemáticos y con las consiguientes repercusiones prácticas en la vivencia pastoral. Este Cristo libertador, desnuda la alienante realidad de un Cristo abstracto, cuya imagen se asocia al Cristo poderoso o Señor omnipotente, que ha justificado formas opresivas y autoritarias tanto políticas como eclesiásticas.

Otra realidad alienante que se desnuda frente al Cristo liberador, es el Cristo reconciliador pues “es peligroso confesar al Cristo-reconciliador sin tener centralmente en cuenta a Jesús de Nazaret, y es peligroso que, cuando se lo recuerde, se presente a un Jesús pacífico, sin denuncia profética, a un Jesús de las bienaventuranzas a los pobres (que además no han solido ser entendidos como pobres reales), sin maldiciones a los ricos, a un Jesús que ama a todos, pero sin concretar la forma diversa que toma ese amor: defensa de los pobres y radical exigencia de conversión a sus opresores” (Sobrino, J. 1991 p.40).


Finalmente, la otra imagen alienante desenmascarada por el Cristo liberador, es la de un Cristo absolutamente absoluto, cuya reducción consiste en desarraigarlo de la historia y considerarlo como un valor en sí mismo, sin compromiso con los otros ni otras con los que se construye sociedad.

domingo, 23 de agosto de 2015

2.2.1.3.- Itinerario Histórico de la Teología de la Liberación

2.2.1.3.- Itinerario Histórico de la Teología de la Liberación


2.2.1.3.1.- Concilio Vaticano II Antecedente Directo de la Teología de la Liberación

En una década preñada de revoluciones, y de profundas transformaciones sociales y culturales podemos enraizar los procesos que llevaron a la irrupción de la Teología de la Liberación en América Latina.
La década comenzó con la irrupción de la revolución castrista en Cuba, y el fermento de procesos revolucionarios en toda latinoamérica. El germen de las transformaciones sociales que se incuba en diversos territorios a lo largo y ancho de orbe, se manifestaba en los movimientos por los derechos civiles dirigido por Martin Luther King; en la vibrante primavera de Praga, en la desastroza guerra de Vietnam,  en el levantamiento de Paris de 1968, o en la sangrienta matanza de Tlatelolco en México (Barryman, P. 1971).
Los procesos libertarios que desde la independencia de Libia se comenzaban a cristalizar en las colonias de Asia y Africa, que con fuerza inusitada renunciaban activamente al yugo europeo, hacían patente el inicio de una nueva época de la sociedad humana en la historia mas reciente.
En esta misma década, la Iglesia Católica iniciaba su propio proceso revolucionario “Cuando Juan XXIII anunció el 25 de enero de 1959, en la basílica de San Pablo Extra Muros, la intención de convocar un Concilio Ecuménico, un sentimiento de sorpresa y esperanza recorrió toda la Iglesia”(Blázquez,R.1992)


El papa Juan XXIII convocaba a un Concilio Ecuménico para revisar el quehacer y la doctrina cristiana para prepararlas en un proceso de Aggiornamiento, para el futuro de la evangelización en el mundo que comenzaba a nacer. En un acto inesperado para un papa que se esperaba fuese de transición, se convoca al Concilio en medio de un ambiente de aparente calma dentro de las estructuras clericales.



Es materia de concenso entre quienes tratan la problemática de la Teología de la Liberación, que su antecedente más próximo es el hecho eclesial del Concilio Ecuménico Vaticano II. (Gutierrez, 2008; Fundación Amerindia, 2008; Oliveros, R. 1993; Autores. 2000; Richard,P. 2009).

“Durante cuatro períodos, en los otoños consecutivos de los años 1962-1965 se celebró el Concilio. Participaron en torno a 2.500 obispos de todas las partes del mundo. (En el Vaticano I hubo unos 750 y en Trento pocos mas de 250) Entre obispos, peritos, auditores y observadores de otras confesiones cristianas asciende el número a 3.500” (Blázquez,R.1992)

En este proceso eclesial, se dieron cita en la ciudad del Vaticano, cristianos y cristianas de todo el mundo para revisar los postulados fundamentales de la Iglesia Católica en cuanto a su propia Visión y Misión en el mundo.

Se consultó en el proceso de preparación del concilio a los obispos de todas partes del mundo, así como a las universidades católicas, los dicasterios de la Curia Romana, los Superiores Generales de las Ordenes religiosas, y las Facultades Eclesiásticas, lo que permitió considerar la multiplicidad de opiniones, respecto de las materias a tratar.


La puesta al día de la Iglesia en sintonía con las transformaciones que se venían gestando en Europa desde la postguerra, permitieron desempolvar las antiguas convenciones y revisarlas a la luz de las interrogantes que plantearon las dos guerras mundiales, los adelantos tecnológicos y las profundas transformaciones sociales que se producían desde el ultimo concilio de 1873.
El trabajo al inicio de este proceso, como era de esperar se concentro en un infinito y desorganizado grupo de materias a trabajar. 


El ejercicio de la primera sesión conciliar se centró en definir aquellos tópicos de interés general para revisarlos a la luz de los desafíos que el mundo contemporáneo planteaba a la Iglesia.
El trabajo conciliar, se desarrollará en torno a dos ejes fundamentales sobre el tema de la Iglesia: “Ecclesia ad intra” y “Ecclesia ad extra”; comprendidas como de la Iglesia sobre sí misma, y la iglesia en diálogo con el mundo[1].


El trabajo conciliar da frutos en un corpus de documentos agrupados en Constituciones, Decretos y Declaraciones; diseñados para la Iglesia del presente, considerando lo mejor de la tradición de los dos mil años precedentes, purificando lo que se arrastraba de lastre, y proyectándola hacia el futuro con una mirada confiada y optimista del mundo y de la humanidad a la cual está destinada a servir.
Los ejes temáticos tomarán forma en sendas Constituciones sobre la Iglesia “ad Intra” bajo el nombre latino de Lumen Gentium (Luz de Los Pueblos) y “ad Extra” con el título de Gaudium et Spes (Los Gozos y las Esperanzas).

En líneas generales, la novedad de estas constituciones consiste en el hecho que no se ha limitado a “algunos aspectos” de la doctrina eclesial, sino que ha cristalizado un trabajo donde se desarrolla y expone en su conjunto la doctrina sobre la Iglesia, su ser y su quehacer.



De suma importancia para comprender el posterior desarrollo de la teología de la Liberación son la novedad teológica que significó que los Padres Conciliares definieran a la Iglesia como “Sacramento de Salvación” (LG. 48) y como “Servidora del Mundo” (GS)
En lo que se conoce como primavera eclesial, el Concilio Vaticano II borró con inaudita audacia, quince siglos de liturgia en latín, para iniciar una celebración de la fe en las lenguas vernáculas de cada región.
Se inician relaciones fraternales con otras iglesias cristianas, en un trabajo incipiente de Ecumenismo. La Iglesia hasta entonces atrincherada en sus murallas, se habre al diálogo con el resto del mundo.
Se simplifican las formas y se escrutan los “signos de los tiempos”(GS. 4), en función de hacer cercano el mensaje del evangelio en palabras legibles para el hombre y la mujer contemporáneos.


El hecho histórico del Concilio Vaticano II es, sin parangón, el acontecimiento desde el cual debiésemos interpretar los procesos eclesiales que desde 1965 se vienen produciendo al interior de la Iglesia en medio del mundo.




El trabajo y las dinámicas transformadoras inspiradas por el Concilio es un proceso que para la Iglesia, bien se podría comparar con el proceso de la Revolución Francesa, con menos sangre y más diálogo por supuesto.



La profundidad del Concilio, y su riqueza en estos cincuenta años aún es motivo de análisis, diálogo y debate al interior de la Iglesia. La transformación producida desde su anuncio hasta nuestros días se tornó en momentos explosiva y dramática. El giro que en su autocompresión teológica como institución carismática ha significado, es comparada con su propia historia al Concilio de Trento, donde espoleados por la Reforma Protestante se redefine en sus fundamentos y mantiene esa forma hasta el Vaticano II.


En este sentido, el Concilio Vaticano II es un Concilio reciente que aún se abre paso en medio de la Iglesia con sus luces y sombras, aciertos y esperanzas.

El conjunto de la Iglesia y de los obispos que participaron en el proceso conciliar no es ajeno a las transformaciones y desafíos epocales. El concilio, en este contexto, permite vehicular las motivaciones e inquietudes del pueblo cristiano que se comienza a cuestionar otras formas de entender y vivir su fe en medio de las transformaciones sociales, culturales, políticas y económicas que se comienzan a cristalizar en esta hora de la Historia.



Pensar la vida cristiana después del horror de Aushcwitz-Birkenau, o durante el comienzo de la era espacial y de la guerra fría configura un conjunto de interrogantes que necesitan del ejercicio eclesial del Concilio para poder ubicar al conjunto de la Iglesia en el nuevo contexto epocal.


El acontecimiento eclesial sirvió como palanca de empuje a las estructuras clericales decimonónicas, que se descuajaron de sus estrechos límites para entrar de lleno en el siglo XX con una renovada preocupación por los acontecimientos de la historia, para dar respuesta cristiana a las interrogantes del conjunto de creyentes, dialogando con los procesos de la modernidad y anunciando con nuevas formas la Buena Noticia del Evangelio a la humanidad.

Las lineas adoptadas por la Iglesia Universal desde ese acontecimiento en adelante, fueron impulsadas por las conferencias episcopales de cada región del planeta con un aliento pocas veces visto en la historia de la Iglesia.


En América Latina, el impulso de la renovación conciliar se cristaliza en la ciudad de Medellín, en 1968, con la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
Testigo de este proceso Roberto Oliveros,nos dice sobre los hechos que marcaron el surgimiento de la Teología de la Liberación:

“Como condición, aparece el concilio Vaticano II y su llamado y puesta en práctica de apertura al mundo en el cual la Iglesia debe actuar como sacramento de salvación. El Vaticano II derribó muros objetivos y subjetivos que nos distanciaban de y deformaban la realidad.

Al entrar, en América Latina, al mundo de las mayorías y al abrir los ojos a ellas, nos encontramos cara a cara con las injusticias seculares e institucionalizadas que somete a millones y millones de personas a inhumana pobreza. Tropezar a cada paso con esa injusta pobreza sacudió prufundamente los corazones cristianos bien intencionados. Esta experiencia, aunque lejana en el tiempo, permitió acercarnos a la de Moisés ante la situación de sus hermanos Israelitas en Egipto: ¡esa situación de esclavitud no podía ser volutad de Dios! Y desde la fe en el Dios de Israel comprendió su misión.
El hecho brutal de la esclavitud y pobreza de las mayorías latinoamericanas empujaron desicivamente a reflexionarlas a la luz del Dios de Jesucristo y recomprender nuestra misión. Cómo anunciar y vivir la Buena Nueva del Reino implicó el adquirir una nueva conciencia del ser y quehacer de la Iglesia”. (Oliveros, R. 1993)
 

2.2.1.3.2.- Conferencia de Medellín. Detonante del Proceso Liberador en la Iglesia Latinoamericana.

El Concilio Vaticano II significó una renovación eclesial y un nuevo impulso para la evangelización en medio del contexto histórico del siglo XX. Sin embargo, debemos señalar que fue un concilio marcadamente europeo, dejando en relativo silencio a las Iglesias del tercer mundo. Las inspiraciones del acontecimiento conciliar, necesitarán de un ejercicio local, para poder dar respuesta a los desafíos que en Latinoamérica y el Caribe se le presentan a la Iglesia. Este es el ejercicio de Colegialidad Episcopal se realizará en Medellín, en la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.


A la reunión de obispos en Medellín, se sumaron no sólo las intuiciones surgidas por el concilio, sino también las esperanzas de las Iglesias Latinoamericanas y Caribeñas acuñadas durante los años precedentes de este suceso. Las brechas abiertas por los padres conciliares en relación a la renovación de los métodos en la praxis cristiana, permitió integrar de manera menos sospechosa que lo habitual, el aporte que desde las ciencias sociales se podían recoger para la vida de la Iglesia en un continente joven y fecundo en cuanto a la fe se trata.

Igualmente, la denominada “Iglesia Silenciosa”, llamada así por su participación en el Concilio Vaticano, tuvo la posibilidad de plantear sus temáticas en medio de su propio pueblo latinoamericano y caribeño.
Si bien el proceso de renovación conciliar afectó a la iglesia en todo el mundo, las temáticas fundamentales se referían en su mayoría al contexto europeo. Las problemáticas propias de las regiones del cono sur, el subdesarrollo, la dependencia y la explotación de las mayorías empobrecidas y abandonadas no fueron reflexión puntual del concilio y por esta razón la conferencia de Medellín se quiere encuadrar en medio de los procesos socioculturales de finales de los 60.



La presión paulatina de las poblaciones rurales que se establecieron en el casco urbano durante la primera mitad del siglo XX se cristalizaron en movimientos populares y obreros con demandas cada vez más urgentes generando un fecundo diálogo entre movimiento popular y fe poblacional.(Muñoz, R. 1988)

Los incipientes movimientos de carácter revolucionario en América latina tuvieron un fuerte impulso por el triunfo de la revolución cubana y despertaron del letargo a un grupo importante de la población.
En este sentido, y desarrollando el tema de la relación entre Teología de la Liberación y Marxismo, Enrique Dussel nos relata que: “En enero de 1959 el papa Juan XXIII convoca al concilio Vaticano II, y en ese mes Fidel Castro entra en la Habana triunfante. Es una nueva época. La renovación católica mundial, y muy especialmente latinoamericana, coincide con la muerte de Stalin y con el XX congreso del Partido de Moscú (1956), bajo el liderazgo de Krutshev. La crisis del populismo (Vargas, Perón, Rojas Pinillas, etc.) lleva consigo la de la Acción Católica. La JOC y la JUC, especializadas, tienen oídos más atentos a los nuevos tiempos. En el Nordeste de Brasil surge el Movimiento de Educación de Base. En 1959 un grupo universitario cristiano funda la Acción Popular en Sao Paulo que por primera vez se declara de inspiración socialista. Comienzan entonces los compromisos cristianos más radicales en política. La cuestión de “fe y política” es prioritaria. Lo cierto es que muchos cristianos, al entrar en la arena política “pierden” su fe. La cuestión es: ¿por qué “pierden” la fe?, ¿no debería haber otra expresión de fe que pudiera resistir a la “prueba” de la política? El compromiso extremo de Camilo Torres, que muere en 1966, es el fin de la experiencia “foquista” – muchos jóvenes se comprometieron en esta línea en la década del 60 -. Hay que descubrir otro camino.(Dussel, E. 1993)


Los procesos socioculturales, económicos y primordialmente políticos estaban en un punto de efervescencia especial en todo el continente. Los pastores de las diferentes conferencias episcopales, iluminados por el Espíritu del Concilio, son sensibles a estos y a las experiencias que dentro del pueblo cristiano comenzaban a surgir. Es probable que no sea sólo casualidad que sea en Colombia, y sólo a dos años de la muerte del sacerdote Camilo Torres que se realiza esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.



Las propuestas de la conferencia se publicaron en un documento final, cuyas conclusiones fueron contundentes en cuanto al análisis de la realidad del continente. En sendos apartados sobre Justicia y Paz, el documento aborda el problema del subdesarrollo, la pobreza extrema, los contextos de violencia e injusticia.

El documento comienza con la siguiente sentencia:

“Existen muchos estudios sobre la situación del hombre latinoamericano. En todos ellos se describe la miseria que margina a grandes grupos humanos. Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo” Justicia, 1.  (Medellín, 1968).



El tenor del documento, significó una potente denuncia de la injusticia social sobre el continente, y generó con brío una respuesta de parte del pueblo cristiano en lo que se conoce como la Opción por los Pobres.

“El particular mandato del Señor de Evangelizar a los pobres debe llevarnos a una distribución de los esfuerzos y el personal apostólico que dé preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa, alentando y acelerando las iniciativas y estudios que con este fin ya se hacen” Pobreza 9. (Medellín, 1968)



Desde esta perspectiva, el quicio de la acción de la Iglesia como sacramento de salvación, en un continente pisoteado como América Latina, se funda en el servicio a la mayoría empobrecida. La reflexión inmediatamente posterior a Medellín, se inspira en esta mirada de la realidad, profundizando desde el quehacer teológico en una praxis que será denominada liberadora, al ponerse en sintonía con los movimientos populares que se incrementaban por todo el continente.

La importancia de Medellín en medio del contexto histórico latinoamericano, se funde en el compromiso de los obispos en la transformación social, hacia una sociedad mas equitativa, conjugándose para ello, el análisis que desde las teorías sociales latinoamericanas (Teorías del desarrollo y la dependencia) permiten una reflexión teológica más profunda y verdaderamente histórica para los pueblos del continente.

El mismo documento fue preparado desde una metodología inaudita para la Iglesia. 

Se parte desde la realidad misma, caligrafiada por los estudios sociales de la época, donde Latinoamérica se entiende desde ella misma, como dependiente de los centros de poder, constituyéndose en el prisma desde donde se mirará desde ahora en adelante la realidad de los pueblos latinoamericanos.




Este primer momento se plasma en la primera parte del documento final de la conferencia, bajo el título de “Promoción Humana” se describen la situación desde tópicos como Justicia, La Paz, Familia y Demografía, Educación y Juventud. (Medellín, 1968).

Esta realidad es reflexionada a la luz del Evangelio, profundizándose en directrices teológicas para la interpretación de la realidad, que terminan en un llamado a la acción comprometida en la transformación de la sociedad.

En el ejercicio eclesial de esta conferencia, queda plasmado desde aquí y hacia el futuro el método teológico latinoamericano, explotado con maestría por la teología de la liberación: Ver – Juzgar Y Actuar.



El primero en responder a este desafío es el teólogo Gustavo Gutierrez, que sistematiza en su Obra “Teología de la Liberación, Perspectivas”, las primeras intuiciones sobre esta nueva forma de comprender la reflexión teológica desde los pobres y orientarla hacia una praxis fecunda en medio de los procesos revolucionarios que despuntaban en toda América Latina.


2.2.1.3.3.- De Medellín a Puebla: Gestación fecunda de la Teología de la Liberación.

Después de la conferencia de Medellín y de la publicación del trabajo de Gustavo Gutierrez, se vivenció en América Latina el despertar de una nueva forma de hacer teología y de vivir la fe en medio de la Iglesia.

Las grandes directrices que desde el Vaticano II y Medellín impulsaron el quehacer pastoral de la Iglesia en el mundo, encontraron terreno fértil en las efervescentes transformaciones sociales que se experimentaron en latinoamerica durante la década del 70.

En Chile, al finalizar el gobierno demócratacristiano de Eduardo Frei Montalva, y desilusionados por las tibias reformas de la revolución en libertad y la cruel represión de un grupo de huelguistas en 1967, un grupo de militantes de la democracia cristiana funda el Mapu (Movimiento de Acción Popular Unificado). 




En otro frente de escisión se crea la Izquierda Cristiana y el grupo de Cristianos por el Socialismo liderado por 80 sacerdotes católicos de la Arquidiócesis de Santiago. Todos estos nuevos grupos tenían como inspiración el evangelio y la doctrina social de la Iglesia que había adquirido nuevas fuerzas desde la reunión de Medellín.



Estos grupos de cristianos se adhieren al proyecto del Presidente Salvador Allende, desde el Frente Popular que llega a la presidencia en 1970. Una gran esperanza de que el socialismo pudiese fructificar desde la llegada al poder por votación popular y pudiese llevar a cabo las profundas transformaciones sociales que se señalaban en el programa de gobierno, se regó por el continente y por el mundo entero.

La experiencia duró tres cortos años, interrumpida por el violento golpe militar y los 17 años de la fuerte represión posterior. Las dictaduras habían llegado al continente para quedarse.



En este contexto, un grupo importante de teólogos latinoamericanos, formados en su mayoría en Lovaina, Paris y Ratizbona comienzan a desarrollar el marco conceptual y práxico de la nueva teología. Gustavo Gutierrez, Hugo Hassmann, Segundo Galilea, J.L. Segundo; por nombrar algunos elaboraran los que para Oliveros son los puntos importantes de la Teología de la Liberación es esta època:

“Configuración de un método teológico, Elaboración de los conceptos fundamentales de la teología de la liberación, Reorientación desde la praxis de liberación de los grandes temas de la existencia cristiana, Espiritualidad y teología espiritual;  y  Temporalidad de la Teología de la Liberación”. (Oliveros R. 1993).

El proceso de la teología de la liberación se realiza frente a las grandes dificultades que significaba la represión y la persecución en medio de los marcos que las dictaduras disponían a las sociedades latinamericanas.


Un conjunto de encuentros internacionales empezaron a convocar y agrupar a los teólogos por todo el mundo y permitieron refrescar las experiencias vividas por los cristianos en diversos contextos sociopolíticos, pero unificados por el proceso liberacionista.




2.2.1.3.3.1.- La teología de la Liberación encuentra terreno fertil en el resto del tercer mundo

La efervescencia que generó la obra de Gustavo Gutierrez, acompañada en poco tiempo de la publicación de Hugo Assmann y Leonardo Boff con su Jesucristo Liberador, inflamaron la curiosidad de quienes estaban al norte del continente. 

En 1975, en Detroit (Oliveros, R. 1993) se celebra un primer encuentro de teólogos del tercer mundo, confluyendo no sólo los teólogos latinoamericanos con su teología de la liberación, sino también se descubren mutuamente junto a la Black Theology, cultivada por los afroamericanos, la incipiente teología indigena sistematizada en la obra “God is Red”; y el trabajo desde las comunidades asiaticas que como inmigrantes habían podido realizar conformando lo que se conoce como teología amarilla.



De este primer encuentro, y gracias al esfuerzo del teólogo chileno Sergio Torres, germinaran un conjunto de reuniones en diferentes lugares del mundo, impulsando la reunión de 1976 en Dar es Salaam, Tanzania, donde surgirá la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo. (Fabella, V. & Torres, S. 1981).

Con este proceso, la teología de la liberación no sólo se expande a los cinco continentes, sino que adquiere profundidad epistemológica, práctica y metodológica. Ya se comienza ha hablar de otras epistemologías, de “las teologías de la liberación”; incluyendo en la reflexión aquellas minorías excluidas, o las grandes mayorías oprimidas, la mujer, los inmigrantes, los hombres y mujeres de raíces africanas o asiáticas y las minorías étnicas o religiosas.

2.2.1.3.3.2.- Conferencia de Puebla. México 1979


A finales de 1978, el papa Juan Pablo I convoca a la Tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que se desarrollará en la ciudad de Puebla en México.
Durante el transcurso de una década, la Iglesia católica en latinoamérica había sufrido una profunda transformación dentro de su estructura eclesial, promovida por los cambios del Vaticano II y de su quehacer pastoral, desde la perspectiva de Medellín.


Un grupo importante de cristianos se comenzaron a agrupar en lo que se conoce como Comunidades Eclesiales de Base (Boff, L 1980; Muñoz, R.1990; Muñoz, R. 2002). En estas comunidades, ya sea en las zonas rurales o urbanas, cristianos y cristianas se reunen a leer las escrituras y celebrar la vida y la fe. Ya en Medellín se veía el nacimiento de esta forma de ser y hacer iglesia. A la hora de Puebla, este proceso ya estaba en pleno desarrollo, inyectando gran fuerza a la pastoral de toda la Iglesia.

Estas comunidades de base, influenciadas por la teología de la liberación tienen un importantísimo papel en medio de las dictaduras, pues se configuraban como lugares de acogida en medio de la represión, centros de agrupación y de sustento para palear el hambre, organizadoras de la esperanza en busca de la recuperación de la democracia y del establecimiento de la justicia y la dignidad humana pisoteadas por el régimen militar.


Este proceso, el de las comunidades de base como fermento de las sociedades latinoamericanas es recogido y valorado por la conferencia de Puebla.
Las grandes líneas pastorales de Puebla están en comunión con Medellín y profundizan en el anelo de Liberación del pueblo latinoamericano, haciendo nuevamente un llamado a la transformación de las sociedades, pues consideran que la pobreza y la desigualdad social, asi como la represión y la explotación responden a “estructuras de pecado” (Puebla, 1979) que alienan al hombre y la mujer latinoamericanos.

Se revaloriza y potencian en esta conferencia, el método teológico latinoamericano desarrollado por los teólogos de la liberación (Ver – Juzgar y Actuar) se reafirma la “opción por los pobres” agregandosele el adjetivo de “preferencial” (Puebla 1979) y se confirma la gran riqueza de las comunidades eclesiales de base y el aporte significativo que ellas realizan al proceso de evangelización y liberación en el subcontienente.



2.2.1.3.4.- De Puebla a Santo Domingo: De la persecución Institucional, a la perplejidad frente a la historia.

La década de los 80 estuvo marcada por un fuerte periodo de represión política, no solo en las dictaduras latinoamericanas, sino en todo el contexto del tercer mundo. El trabajo que despuntaba como una gran esperanza para los pueblos oprimidos, comenzaba a despertar sospechas en los centros de poder. En latinoamerica, bajo el recurso de la doctrina de seguridad nacional, se etiquetó a la Teología de la Liberación de marxista y subversiva, persiguiéndose a sacerdotes, religiosas y laicos, con todo el rigor de las armas. Junto con un gran número de cristianos y cristianas martirizados por la represión militar; el mismo Vaticano, en la figura de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuestiona, condena y persigue a los Teólogos de la Liberación, con dos Instrucciones “Sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación” (1984) la primera, y “Sobre libertad Cristiana y Liberación” (1986) ambos documentos firmados por el entonces Cardenal Ratzinger. Junto con el trabajo condenatorio, se aplicó el silencio y la prohibición de enseñar a Leonardo Boff en Brasil, y se comenzó a desvincular de las facultades católicas a quienes manifestaran su compromiso con esta corriente teológica.

La jerarquía, comienza en esta década un fuerte proceso de involución y conservadurismo, afirmandose el poder organizaciones como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, incidiendo fuertemente en el nombramiento de los obispos y en las lineas teológico pastorales contrarias al espíritu del Concilio y de las conferencias de Medellin y Puebla. (Richard, P. 2009)

En medio de este proceso, un puñado de soñadores diseñó el proyecto de la publicación de una gran síntesis teológica pastoral. El proyecto se denominó  “Colección Teología y Liberación”, impulsado entusiastamente por Leonardo Boff y los franciscanos brasileños que contaban con el recurso de una casa editorial. El proyecto tuvo un gran impacto en la Iglesia Latinoamericana y en una parte importante del episcopado. Muchos obispos apoyaron formalmente la obra y su publicación, pero bajo una fuerte presión de Roma a través de las distintas nunciaturas, se logró frenar el proceso y la colección sólo vió publicadas tres de sus cincuenta y cuatro tomos previstos originalmente.

Con este ambiente abiertamente contrario a la teología de la liberación y con el desconcierto que provocará en amplios sectores la caída del bloque socialista soviético, se convoca la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en la Isla de Santo Domingo, para celebrar los 500 años de Evangelización en el continente.





Casablanca, Domingo 23 de Agosto de 2015.-


[1] Conf. “Concilio Ecuménico Vaticano II”. Introducción General. Pág 24. Segunda Edición Española. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1996. Mayor profundidad sobre este tema, en las Introducciones a los propios documentos LG, págs 49-68 y GS,págs. 226-237. Especialmente la explicación sobre los aportes del Cardenal Suenes al aula Conciliar pág 228.