domingo, 6 de septiembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE LA CRISTOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN DE JON SOBRINO II

2.4.7.1.- La Vía Nocional

“La esperada Utopía en medio de la miseria de la historia” (Sobrino, J. 1991 p.127). Así titula el autor el apartado donde desarrolla esta vía de la noción de Jesús sobre el Reino de Dios. El desarrollo del concepto Reino de Dios es bastante tardío en el judaísmo antiguo. Esta se empieza a consolidar después que el pueblo, desamparado con las invasiónes y el exilio, comprende el fracaso de la institución monárquica y deposita su esperanza en la intervención de Dios, a favor de la justicia y el derecho. En este sentido hay una confesión de la realeza de Dios, que recorre casi toda la historia del pueblo de Israel, comprendiendo que es Dios quien actúa en y transforma la historia.
En este sentido el reino de Dios tiene dos connotaciones esenciales “(a) el regir de Dios en acto, (b) para transformar una realidad histórico-social mala e injusta en otra buena y justa. Por ello más que de reino de Dios hay que hablar de reinado de Dios” (Sobrino, J. 1991 p.128). Será entonces la positiva acción de Dios que transforma la realidad lo que se conocerá como “reinado”; y lo que sucede en la historia cuando Dios realmente reina, lo que se comprenderá como “reino de Dios”. Una historia configurada bajo el designio del “ideal regio de la justicia” (Sobrino, J. 1991 p.129); que en definitiva se transforma en una realidad extremadamente crítica del presente malo e injusto; sobre todo desde la perspectivas de las masas excluidas, explotadas y oprimidas.
En este sentido, Sobrino nos señala tres ideas fundamentales para comprender la noción de reino de Dios en el pueblo de Israel: “la primera es su incidencia real en la historia de los hombres, es decir, que el reino es una realidad histórica, no trans-histórica, y de ahí que la esperanza histórica recorre el Antiguo Testamento” (Sobrino, J. 1991 p.129). Estaría inscrito de alguna forma, en el adn de la fe del pueblo de Israel, la idea de que Dios puede cambiar la realidad injusta y opresora, en una realidad buena de justicia y libertad; “por ello, al reino de Dios se corresponde con una esperanza histórica” (Sobrino, J. 1991 p.129).
La segunda idea se constituye como “la acción de Dios versa en directo sobre la transformación de toda la sociedad, de todo un pueblo” (Sobrino, J. 1991 p.129). El reino de Dios estaría significando en la reflexión teológica de Israel, la utopía de Dios para todo el pueblo. Los cielos nuevos y la tierra nueva que propone Isaías sería entonces, la manera gráfica como se comprende el reino de Dios: como esperanza popular de todo un pueblo y para todo el pueblo.
La tercera y última idea consiste en “que el reino de Dios surge como buena noticia en presencia de realidades muy malas, es decir en presencia del anti-reino” (Sobrino, J. 1991 p.130). El reino, sería entonces, la contrapartida del sistema opresor, al que se le denomina anti-reino. Su aparición es concreta frente a una forma de vida, explotadora y excluyente de las mayorías; el anti-reino es una realidad constatable en la acumulación de unos pocos, con la consiguiente hambruna y desesperación de muchos. En esta línea, la aparición del Reino, concretamente en la historia surge como buena noticia, ya que “el reino de Dios es una utopía que responde a una secular esperanza popular, en medio de innumerables calamidades históricas; es por ello, lo bueno y sumamente bueno. Pero es también algo liberador, porque adviene en medio de y en contra de la opresión del antirreino” (Sobrino, J. 1991 p.130).

2.4.7.1.1. Jesús y su noción del Reino de Dios

Para Sobrino; Jesús en su vida, representa a los que en la humanidad creen que es posible superar la miseria de la historia. Converge entonces con una corriente esperanzada y esperanzadora de la historia que en medio de la opresión, genera tozudamente utopías solidarizando con los sufrimientos, sin caer en la desesperanza de que ese sufrimiento es la última posibilidad de la historia.
A diferencia de Juan el Bautista, que anuncia que Dios viene, Jesús proclama que el Reino de Dios está cerca, y podemos encontrar en sus parábolas un conjunto de alusiones que “la aurora de la salvación ya ha despuntado, los viejos tiempos han pasado” (Sobrino, J. 1991 p.137). Jesús no sólo anuncia que está cerca, sino que es inminente y que ya no es sólo motivo de esperanza, sino objeto de certeza. “En lenguaje sistemático, Jesús tienen la audacia de proclamar el desenlace del drama de la historia, la superación, por fin, del antirreino, la venida inequívocamente salvífica de Dios” (Sobrino, J. 1991 p.137).


2.4.7.1.1.1. El Reino: Iniciativa, Don y gracia de Dios.

Será con Jesús con quien se comprenderá que el Reino es puro don de Dios y no puede ser forzado por la acción de los hombres. Esta iniciativa libérrima de Dios que viene por amor gratuito, no margina la acción humana, sino que la integra en un conjunto relacional entre el Reino que se acerca y el pueblo que es sujeto de liberación. En este sentido, Jesús mismo sirve activamente al Reino, denunciando las situaciones de injusticia, desenmascarando el poder del antirreino, actuando finalmente con pasión en la defensa de los oprimidos y el anuncio de este Reino de Dios. Será de esta manera, integrando el hacer de los hombres, que el Reino exige de la conversión, que se traduce en un “hacer” de quien oye el anuncio de la Buena Noticia: “la esperanza que deben llegar a tener los pobres, el radical cambio de conducta que deben hacer los opresores, las exigencias a todos de una vida digna del reino” (Sobrino, J. 1991 p.138).

2.4.7.1.1.2. La Buena Noticia (eu-aggelion) del Reino de Dios.-

En relación a la venida del Reino de Dios, las tradiciones precedentes la comprenden cómo crisis y juicio sobre el mundo y la historia. Sin embargo, para Jesús, lo inminente no es el juicio sino la Gracia de Dios y es esto lo que él subsume con el término eu-aggelion: la llegada del reino es ante todo Buena Noticia.
Y se transforma en buena noticia porque “Dios ha roto para siempre la simetría de ser posiblemente salvador o posiblemente condenador. Dios aparece, por esencia, como salvación y su acercamiento es en directo salvación” (Sobrino, J. 1991 p.140).
Jesús despierta a la historia un Dios que se acerca a salvar a su pueblo, no a condenar y juzgar. La Buena Noticia está enraizada en la bondad y la beningnidad de un Dios que es Padre y que deja el juicio para quienes oprimen y abusan de su pueblo. Quienes son los excluidos, marginados y oprimidos encuentran en la Buena Noticia del Reino, la esperanza de liberación y la certeza de que Dios está con ellos en la transformación de las estructuras del antirreino, en algo sumamente bueno para todo el pueblo.
Citando a Leonardo Boff, el autor señala que “Jesús articula un dato radical de la existencia humana, su principio esperanza y su dimensión utópica. Y promete que ya no será utopía, objeto de ansiosa expectación, sino topía, objeto de alegría para todo el pueblo” (Sobrino, J. 1991 p.142). Jesús habría encarnado con la buena noticia del reino de Dios, todas las esperanzas populares de un pueblo empobrecido y sumido en una profunda crisis de identidad, política y religiosa. No es de extrañar entonces, el profundo impacto en la esperanza popular de su época.

2.4.7.2. La vía del destinatario: el reino de Dios es para los pobres.-

Si se puede definir de mejor forma quienes son los destinatarios de la buena noticia, podremos esclarecer el contenido de esta buena noticia, pues finalmente para que sea buena, importa su componente relacional, pues una noticia no es igual de buena para unos y otros. Jesús aparece en este sentido como un evangelizador positivo, interesado en la salvación de todos y deseando que el reino llegue a todos, no obstante, para Sobrino “no es lo mismo no excluir que dirigirse en directo a cierto grupo de personas. Y estos son los pobres” (Sobrino, J. 1991 p.143). Jesús se encarna en medio del pueblo empobrecido, es uno de ellos y anuncia el reino desde su propio lugar en un lenguaje cercano y popular.  Para Joaquim Jeremias el rasgo esencial de la predicación del reino es “la oferta de salvación que Jesús hace a los pobres… el reino pertenece únicamente a los pobres” (Sobrino, J. 1991 p.143).
Existe pues, un carácter relacional entre el Reino de Dios y los pobres, no sólo desde la perspectiva propia de Jesús, que acentúa ciertamente esta relación manifestando en su praxis que el reino es para los pobres; y esta praxis se ve fundamentada en las opciones que manifiesta también todo el antiguo testamento. En este sentido, el documento de la conferencia de Puebla también hace referencia que, “por el mero hecho de ser pobres, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren, Dios los defiende y los ama, y son los primeros destinatarios de la misión de Jesús” (Puebla, 1142).
Desde esta perspectiva, Sobrino rescata la clasificación de J. Jeremías en relación que los pobres son caracterizados en una doble perspectiva por los evangelios sinópticos. En un primer lugar estarían los que sufren bajo algún tipo de necesidad básica en la línea del profeta Isaías; aquellos que están encorvado por un peso que les oprime (los anawin), que son considerados en plural y que representan al conjunto del pueblo pobre, como pueblo y no mera suma de individualidades; “en lenguaje actual, podría decirse que son los pobres económicos, en el sentido de que el “oikos” (el hogar, la casa, el símbolo de lo fundamental y primario de la vida) está en grave peligro y con ello están negados el mínimo de vida” (Sobrino, J. 1991 p.144).
En otra línea de interpretación se identifica a los pobres con los despreciados por la sociedad; aquellos que por su profesión o condición de vida eran apartados de la vida de la comunidad y estos están representados en el evangelio por aquellos tenidos por pecadores, publicanos, las prostitutas o los más sencillos entre el pueblo; “podría decirse que son los pobres sociológicos, en el sentido de que el socium (símbolo de relaciones interhumanas fundamentales) les está negado, y con ello, el mínimo de dignidad” (Sobrino, J. 1991 p.145).
En síntesis, para Sobrino: “pobres son los que están abajo en la historia y los que están oprimidos por la sociedad y los segregados de ella; no lo son, pues, todos los seres humanos, sino los que están abajo, y ese estar abajo significa estar oprimidos. Según lo citado por Jeremías, tanto la pobreza económica como la indignidad moral expresan ese estar abajo… pobres son lo que en América Latina se llaman mayorías populares” (Sobrino, J. 1991 p.145).
Analizando más en profundidad esta conceptualización de Jeremías, el autor concluirá que son en primer lugar “económico-sociológicamente pobres”, pues corresponden a un tipo de pobreza en términos cuantitativos y cualitativos en medio de la sociedad judía de la época; y por otro lado responden a que son “dialécticamente pobres”, pues están en contraposición a los ricos y poderosos. Más específicamente esa contraposición aparecería entre pobres y codiciosos. En síntesis “de esos pobres Jesús dice que es el reino de Dios. Aquellos para quienes es sumamente difícil dominar lo fundamental de la vida, aquellos que viven en el desprecio y la marginación, aquellos que viven bajo la opresión, aquellos en suma, para quienes la vida no ofrece horizonte de posibilidades, aquellos además que se sienten alejados de Dios, porque así se los introyecta su sociedad religiosa, a ésos Jesús les dice que tengan esperanza, que Dios no es como se lo han hecho pensar sus opresores, que el fin de las calamidades está cerca, que el reino de Dios se acerca y es para ellos” (Sobrino, J. 1991 p.147).
Será desde esta perspectiva que se comprende que existe una parcialidad  del Reino de Dios, y esa parcialidad es precisamente la parcialidad hacia los pobres. Sobrino parte desde la idea que el reino de Dios es universal, pero afirma que “en directo, el reino es únicamente para los pobres. Y si eso es así, el reino es por esencia parcial” (Sobrino, J. 1991 p.148). Esta parcialidad se fundamenta en las opciones del Dios de Israel teologizadas en el Antiguo Testamento, donde hace una opción preferencial por los excluidos y los oprimidos. El Dios de Israel libera a un pueblo oprimido en Egipto, y en los profetas, Dios llama “mi pueblo” no a todo Israel sino a los oprimidos dentro de él; se comprende entonces que “la justicia del rey… no consiste primordialmente en emitir un veredicto imparcial, sino en la protección que se preste a los desvalidos y a los pobres, a las viudas y a los huérfanos” (Sobrino, J. 1991 p.148).
Desde los pobres y los oprimidos se comprenderá que el Reino de Dios debe partir por garantizar aquello mínimo que les es negado sistemáticamente: la vida misma. Y en este sentido, la liberación que Jesús menciona, no se reduce sólo a lo espiritual, sino que se refiere directamente a una liberación de la miseria material. Buenas realidades es lo que los pobres necesitan y esperan, por lo tanto:“al contenido religioso de la buena nueva le compete la liberación material de cualquier tipo de opresión, fruto de la injusticia” (Sobrino, J. 1991 p.155).

2.4.7.3. La Vía de la práctica de Jesús.-

Generalmente se comprende que el Reino es una realidad que se da en la esperanza del pueblo creyente, pero también ha de suponer una práctica que acompañe dicha esperanza. Esta práctica esperanzada es lo que se significa en la praxis de Jesús; si logramos comprender el sentido de sus dichos y hechos, podremos desentrañar mejor el sentido que tenía para Jesús el Reino de Dios. Y en sintonía con esta práctica esperanzada es que Sobrino sostiene que “Jesús es anunciador e incitador del reino de Dios” (Sobrino, J. 1991 p.157).
En este sentido se comprende desde la hermaneútica que “el “reino” no es sólo un concepto “de sentido”, en este caso de esperanza, sino que es también concepto “práxico”, que connota la puesta en práctica de lo que se comprende en él, es decir, la exigencia a una práctica para iniciarlo, y, al hacerlo, genera una mejor comprensión de lo que es el reino” (Sobrino, J. 1991 p.157).
Desde que el Concilio Vaticano II declarara que la revelación de Dios en la historia, se realiza a través de hechos y palabras, se comprende que en Jesús también encontramos esta doble dimensión, en que se manifiesta a través de sus dichos y acciones la revelación del Dios Vivo en medio de su pueblo.
En este sentido, la vía de la práctica de Jesús considera 5 acciones fundamentales para comprender de mejor forma lo que Jesús entiende por Reino de Dios.

2.4.7.3.1. Los Milagros de Jesús.-

El evangelio nos relata un número considerable de milagros de Jesús en medio del pueblo. Curaciones de leprosos, paralíticos, ciegos y un par de resurrecciones están presentes en este verdadero catálogo de acciones milagrosas. Para la cosmovisión del mundo judío estos milagros no significan tanto lo supra natural del gesto, sino mas bien son signo de la poderosa acción salvífica de Dios. Sobrino recalca en esta dirección, que “los milagros dicen primeramente relación al reino de Dios. Son antes que nada signos de la cercanía del reino” (Sobrino, J. 1991 p.159).
Los milagros de Jesús no serán una transformación radical de la estructura opresora de la realidad, pero sí responderán al clamor del reino, graficando de qué forma será su advenimiento.
Esta cercanía inminente del Reino, también es una confrontación con el poder del antirreino, y desde allí su componente liberador, “los milagros son, y con más claridad aparecerá esto en la expulsión de demonios, signo contra la opresión” (Sobrino, J. 1991 p.160).
Este carácter liberador de la opresión, sin embargo, no es intimista ni individual. Los milagros de Jesús se caracterizan por ser salvaciones plurales para los pobres. Serán ellos, los pobres, quienes comprenderán el significado de los milagros de Jesús, en relación a un Dios Abbá y no los grupos apocalípticos que le exigían prodigios portentosos como señales del reino.
Una dimensión cristológica fundamental presente en los milagros de Jesús, será que en cada acción milagrosa se manifiesta su misericordia; “la realidad del dolor externo es lo que penetra en lo más hondo de Jesús, y por ello, reacciona con ultimidad desde lo más profundo suyo” (Sobrino, J. 1991 p.162).


Jesús sana no en búsqueda del agradecimiento de sus contemporáneos, sino motivado por la misericordia que habita en él, y se comprende entonces, que la misericordia tiene que ver con lo último, y por lo tanto con Dios. Esta misericordia será entonces, algo teologal más que ético.
Esta muestra de misericordia, será un signo poderoso en virtud de que es Dios mismo quien se conmueve ante el sufrimiento de un pueblo mayoritariamente empobrecido, y se desarrolla en gestos que liberan a los individuos, colectivamente, de la opresión del antirreino. Para el autor, “esto significa que los actuales milagros tienen realizarse en presencia y en contra de algún poder opresor” (Sobrino, J. 1991 p.164). Y en este sentido, Jesús aparece como una especie de taumaturgo profesional, sus curaciones tienen como punto de partida la fe de  la misma gente pobre y sencilla, comprendiendo que fe no es la aceptación de verdades dogmáticamente sistematizadas, sino la aceptación de que Dios es bueno con el débil y que esa bondad triunfa sobre el mal. Jesús facilita de esta manera la fe en Dios, “pero hay que hacer una  precisión: la fe es en un Dios quien, al acercarse, hace creer en nuevas posibilidades activamente negadas en la historia a los pobres. Es fe que supera el fatalismo. Es fe en un Dios del reino en contra de los ídolos del antirreino” (Sobrino, J. 1991 p.166).

2.4.7.3.2. La Expulsión de los demonios: triunfo sobre el antirreino.-

Para comprender la importancia del gesto de expulsar demonios, tenemos que integrar la cosmovisión del tiempo de Jesús, donde el mundo estaba poblado por fuerzas desconocidas que eran dañinas para las personas. Esas fuerzas se denominaban demonios y se asociaban principalmente a enfermedades físicas y de carácter psíquico, de tal forma que concretamente los demonios poseían a sus víctimas. Simbólicamente, Jesús subsume a todos ellos en una unidad que denomina Satanás; de esta forma, el mal no es la acción aislada de demonios individuales, sino que es algo que lo permea todo, “es la fuerza negativa de la creación, que la destruye y la hace capaz de destruir, la cual se expresará históricamente y socialmente como antirreino” (Sobrino, J. 1991 p.167).
Siguiendo esta línea, la expulsión de demonios, no sólo es una muestra de poder de Jesús, sino que nos posiciona frente a la elección en libertad entre el bien y el mal, ente Jesús y Satanás; finalmente, entre lo que ambos generan: Reino o antirreino. Por lo tanto, la expulsión de los demonios, son también, un gesto redentor al despojar del mal a quien lo adolece y permitirle vivir en libertad como signo de la llegada del reino. Con el gesto de la expulsión de los demonios, Jesús inaugura el reino de Dios con la aniquilación del Maligno y evidencia que la llegada del reino no es ni pacífica ni ingenua, pues “acaece contra el antirreino y, por ello, su advenimiento es victoria. Y esclarece también de manera muy importante, aunque todavía estilizadamente, que la práctica de Jesús es lucha… construir el reino implica, por necesidad, luchar activamente contra el antirreino” (Sobrino, J. 1991 p.170).

2.4.7.3.3. Acogida a los pecadores: liberación de sí mismos y de la marginación social.-

En la sociedad judía del siglo I, el tema de la pureza ritual y social era un gran factor de exclusión social. Aquellos que eran sindicados como pecadores públicos vivían el repudio de todo el cuerpo social, así como los leprosos o enfermos eran marginados por manifestar en su cuerpo el pecado de sus padres. Considerando este elemento religioso, que inunda y permea todo el contexto sociocultural del tiempo, se comprende mejor el gesto de Jesús, de acoger a los pecadores, y devolverles su dignidad de persona.
De esta manera, la acogida de Jesús a los pecadores (excluidos del sistema religioso y social) no es un gesto del poder divino, sino que es la demostración palpable de la venida del reino de Dios, pues acentúa que el reino es gracia y no condenación ni juicio, “y el hecho de que los pecadores dejen de sentir miedo ante la venida de Dios es un signo de advenimiento del reino” (Sobrino, J. 1991 p.171).
Desde el gesto de Jesús se comprende que el Dios que se acerca es un Dios amoroso que con la ternura de una madre, que quiere acoger a todos los que creen que no se pueden acercar a él por su pecado. Sin embargo, esta gratuidad de Dios, también exige un cambio de actitud al reconocer el mal presente en el pecado. A los opresores les exigirá que dejen de oprimir a los más débiles; y a los oprimidos les pedirá que dejen de lado esas falsas imágenes de Dios,que les han sido introyectadas por sus opresores y abrirse al Dios amor que no viene a condenar sino a salvar, “y por ello, los pecadores no deben tener miedo, sino gozo, en su venida” (Sobrino, J. 1991 p.172).

Finalmente, en la acogida de los pecadores, se manifiesta la acción liberadora de Jesús y del Reino, pues devuelve la dignidad de persona a quienes son marginados y despreciados por la sociedad. “La acogida expresa la liberación del pecador de su propio principio interior de esclavitud. Y lo hace precisamente porque es gracia más que obras” (Sobrino, J. 1991 p.173),  siendo este acercarse, o dejar que otros se acerquen, el sello distintivo de Jesús, que aparecerá constantemente cercano a los grupos despreciados de su tiempo, a los niños,  a las mujeres, a los leprosos, a los no-judíos, a los impuros.
Este gesto, no será insípido a la sociedad de su tiempo, y la respuesta del antirreino será el escándalo. Será la parcialidad a los pobres y la gratuidad de Dios lo que conmociona los cimientos del sistema religioso, y el movimiento popular lo que incomoda al sistema político. Esta cercanía de Dios, es la forma como Jesús grafica de manera más evidente la llegada del Reino a todo un pueblo… allá donde los pecadores se dejan acoger por Jesús (y por Dios mismo) está presente la llegada del Reino.

2.4.7.3.4. Las Parábolas: mecanismo desideologizador y concientizador.-

Tanto la práctica de los milagros, como la expulsión de los demonios y la acogida a los pecadores, se enmarcan dentro de los “hechos” de Jesús. En cambio, la forma en que el Maestro se comunicaba con el pueblo sencillo en lenguaje popular se comprende en sus “dichos o palabras” y estas palabras se han recogido bajo la forma de parábolas.
En las parábolas encontramos en primer lugar relatos basados en hechos de la vida cotidiana, lo que las hace fáciles de comprender por el pueblo pobre y sencillo. Las parábolas del padre misericordioso, del grano de mostaza o del sembrador son relatos que grafican de alguna manera, la llegada del reino, pero no lo definen.
En segundo lugar, las parábolas poseen un contenido que exige la interpretación posterior y la toma de postura del oyente. En este sentido las parábolas no fuerzan el juicio, pues quien las oye se enfrenta a dos posibilidades, o acepta que el Reino es de esa forma o lo rechaza: las parábolas exigen entonces, una decisión y no admiten neutralidad.
Por esta razón, Juan Luis Segundo “ve en las parábolas un mecanismo desideologizador y concientizador, y no simplemente la predicación de un simple maestro de moral universal” (Sobrino, J. 1991 p.177).
En lo central, las parábolas vienen a confirmar verbalmente lo que en la práctica de sus hechos Jesús viene anunciando: “el reino de Dios se acerca a los pobres y marginados, es parcial, y por ello, causa escándalo” (Sobrino, J. 1991 p.177), y en confrontación con los adversarios de Jesús, se comprenderán sus dichos, pues le critican precisamente, su parcialidad hacia los pobres y pecadores.
Jesús, con sus parábolas sale en defensa de los pobres y justifica desde la llegada del Reino de Dios su propio actuar; no es posible que el reino de Dios se acerque y todo siga igual; las parábolas acentúan el carácter de crisis que significa socialmente, la instauración del Reino de Dios en la historia.

2.4.7.3.5. Las Comidas: Celebraciones de la Venida del Reino.-


Si comprendemos que la llagada del Reino de Dios es buena noticia, debiese ser incompatible con la tristeza y motivo de celebración.
El signo utilizado por Jesús para celebrar el advenimiento del Reino fue por medio de las comidas. Durante todo el evangelio se puede observar a Jesús reunido en celebraciones, integrando precisamente a quienes por impureza ritual, exclusión religiosa, política o cultural no podía compartir la mesa con la comunidad. Jesús celebraba la llegada del Reino comiendo con pobres, prostitutas, publicanos y pecadores. Incluso después de su muerte en cruz y de su resurrección, los encuentros de Jesús con sus apóstoles son narrados en forma de comidas (Lc 24, 29-39; Jn 21,12).
El símbolo del banquete está presente en todas las culturas de medio oriente, pero es recogida por la tradición del antiguo testamento, donde se convierte en signo de todos los ideales del reino, por esta razón en Jesús, esta celebración se realiza en confrontación con el antirreino y se preocupa personalmente de que estén a la mesa publicanos, pecadores y prostitutas. No obstante, “lo lógico es, de nuevo, que el antirreino reacciona. En lugar de convertirse en gozo para todos, también para sus adversarios, éstos tergiversan profundamente la alegría del comer juntos y acusan a Jesús de “comilón y bebedor y amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,19)” (Sobrino, J. 1991 p.182).

Este gozo incomprendido, es precisamente el gozo del Dios del Reino y de la llegada del Reino de Dios: que todos los excluidos, comenzando por los empobrecidos, hambrientos y desamparados, puedan compartir con alegría una mesa con el Dios de la vida; y no es una mesa cualquiera, sino que es un gran banquete, el banquete del Reino, donde no sólo habrá manjares exquisitos, sino donde serán saciados el hambre y la sed de Justicia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario