2.1.2.4. Exterioridad.-
Será
desde la categoría de exterioridad que se podrá comenzar un discurso filosófico
desde los oprimidos. Lo que Dussel pretende desde este lugar histórico, la
periferia, es rescatar una realidad “por
el sólo hecho de ser una realidad histórica nueva… Es la novedad de nuestros
pueblos lo que se debe reflejar como novedad filosófica y no a la inversa”
(Dussel, E. 1977).
Comprendiendo
que en el mundo aparecen entes y cosas junto a instrumentos, hay un ente
absolutamente sui generis, el rostro
de otro hombre. Este otro, puede convertirse en una simple cosa sentido como
instrumento (el chofer como prolongación del automóvil, el maestro como adorno
de la escuela) o nos puede interpelar con su sola epifanía o revelación ante
nosotros, cuando aparece y nos impacta con su sola voz. En el primer caso, el
hombre pasa a ser un ente parte del sistema, en el segundo, el hombre deja de
ser algo y se convierte en alguien.
Exterioridad
entonces “quiere indicar el ámbito desde
donde el otro hombre, como libre e incondicionado por mi sistema y no como
parte de mi mundo se revela” (Dussel, E. 1977).
En
este sentido, se comprende que el mundo tiene su fundamento último en el ser
propio que conforma este sistema de sistemas. La importancia de la
exterioridad, radica en que más allá del ser del mundo, se encuentra
trascendiendo ese ser, una realidad distinta que guarda exterioridad respecto
del ser del mundo; “se encuentra una cosa
que tiene eventos, que tiene historia, biografía, libertad: otro hombre”
(Dussel, E. 1977).
Encontramos
entonces, que podemos recurrir a dos formas de enfrentar la realidad. La
primera responde a una lógica de la totalidad, y establece su discurso desde la
identidad del ser, hacia la diferencia (lo otro o el otro mejor dicho)
instrumentalizando la alteridad. “Es la
lógica de la alienación de la exterioridad o de la cosificación de la
alteridad, del otro hombre” (Dussel, E. 1977).
La
segunda responde a la lógica de la exterioridad, desde la alteridad del otro
iniciando su discurso desde el abismo de su propia libertad, “esta lógica tiene otro ritmo, otros
principios: es histórica y no evolutiva; es analéctica y no meramente
dialéctica o científico fáctica, aunque las asume a ambas” (Dussel, E. 1977).
Comprendemos
entonces, que la realidad del hombre es nacer separado y distinto desde
siempre, constituyendo a la libertad como nota constitutiva propia de cada
hombre. Y desde esa libertad convergemos hacia los otros, desde la proximidad
histórica. El otro es distinto, y ya no diferente desde la lógica de la totalidad.
Entramos
ahora, al terreno de la exterioridad entendida como el otro, y en este sentido “el
otro se revela realmente como otro, en toda la acuidad de su exterioridad,
cuando irrumpe como lo más extremadamente distinto, como lo no habitual o
cotidiano, como lo extraordinario, lo enorme (fuera de la norma), como el
pobre, el oprimido; el que a la vera del camino, fuera del sistema muestra su
rostro sufriente y sin embargo desafiante: -¡Tengo hambre!, ¡tengo derecho a
comer!” (Dussel, E. 1977).
El
otro se constituye en exterioridad de la totalidad del sistema que le oprime.
El rostro del pobre, provoca e interpela hacia la búsqueda de la justicia,
cuestionando los pilares mismos del sistema establecido. Para el sistema
injusto, el otro se transforma en lo bárbaro, en lo infernal, “por el contrario, para el justo el otro es
el orden utópico sin contradicciones” (Dussel, E. 1977).
No
obstante lo anterior, el otro no se revela sólo individualmente. El rostro del
explotado deja en evidencia a un pueblo, el rostro del pobre revela a un pueblo
con historia, y debemos cuidar de que esta experiencia personal y colectiva no
sea restringida a la individualización con la que se ha pretendido deformar
desde la revolución burguesa europea.
Estos
rostros que revelan un pueblo, dejan en evidencia el carácter histórico popular
de la exterioridad, que confrontada con la estética europeizante que pretende
fijar el rostro juvenil por medio del maquillaje, descubren los rostros
campesinos, obreros e indígenas (que para la totalidad del sistema resultan
repulsivos), y que para la filosofía de la liberación serán la belleza primera,
futura y popular.
Aparece
en este lugar, el otro como libre, en virtud de que es exterioridad de la
totalidad. La libertad dependerá entonces de la capacidad de generar una
incondicionalidad del otro en virtud de mi propio mundo del cual yo soy centro.
“Se es otro en cuanto se es exterior a la
totalidad, y en ese mismo sentido se es rostro (persona) humano interpelante.
Sin exterioridad no hay libertad ni persona. Sólo en la incondicionalidad de la
conducta del otro se descubre el hecho de la libertad, del libre arbitrio”
(Dussel, E. 1977).
Cuando
el otro, se transforma entonces en exterioridad de la totalidad del sistema,
surge entonces como un no-ser. La mujer en la sociedad machista, o el huérfano
son negados por la totalidad, transformándose en lo bárbaro. Se transforman en
la nada. Sin embargo, será desde esta nada donde precisamente brotará lo
radicalmente nuevo, es desde el no-ser para la totalidad, desde donde surgirá
en la historia lo nuevo.
Junto
con la libertad revelada, en virtud de la razón, nos encontramos frente a la
imposibilidad de conocer a cabalidad la exterioridad del otro, que se
transforma en misterio para la totalidad. Lo incomprensible de la exterioridad
pone en evidencia que la razón no puede abarcar toda la realidad del otro, y en
vez de transformarse ese espacio no conocido en irracionalidad, da lugar a la
fe. Para el autor, “aceptar la palabra
del otro porque él la revela sin otro motivo que porque él la pronuncia es la
fe” (Dussel, E. 1977). Estamos entonces en el ámbito donde la razón no da
respuestas, pues donde no se puede adentrar la razón, damos paso a lo que la fe
puede desentrañar: el misterio del otro como otro.
Claro
está además, que “la razón se ha tornado
el arte de preveer y ganar la guerra” (Dussel, E. 1977) y en virtud de
ello, se ha posicionado el discurso de la filosofía de la liberación en como un
pensar el mundo desde “la exterioridad
alterativa del otro” (Dussel, E. 1977), negando desde esa posición el ser
del sistema dominante y su utopía “en
nombre no de una utopía futura sino de una utopía presente: los pueblos
periféricos, las clases oprimidas, la mujer y el hijo” (Dussel, E. 1977).
Este
hecho da paso a lo que Dussel llama “Pulsión
de Alteridad”, entendiendo que esta “pulsión, deseo, amor de justicia real, es
como el huracán que destruye los muros, abre la brecha en la frontera
ontológica y se vuelca torrencialmente a la exterioridad. La metafísica no sólo
se juega en la fe ante la palabra interpelante, sino en la pulsión que
moviliza, transforma, subvierte la realidad misma” (Dussel, E. 1977).
Ciudad de Casablanca, Capital Vitivinícola de la República de Chile.
Miércoles 19 de Febrero de 2014. En el 24° Aniversario de la Toma de la Universidad del Estado Tennesee USA.
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