lunes, 17 de febrero de 2014

Reflexiones sobre el Pensamiento de Enrique Dussel

2.1.2.6. Liberación.-


Al llegar al concepto de liberación se cristaliza lo mas esencial del discurso metafísico, entendiendo metafísica como el pasaje de la ontología a lo que está más allá del ser, a lo transontológico, al otro presente en la realidad. En este sentido nos encontramos más allá de la fenomenología y “más allá de la fenomenología se abre camino la epifanía: la revelación (o apocalíptica) del otro por su rostro” (Dussel, E. 1977). El rostro del otro, nos posiciona más allá del sistema establecido, la manifestación epifánica nos permite comprender que la acción liberadora no es una acción fenomenológica, dentro del mismo sistema; sino que “la liberación es la praxis que subvierte el orden fenomenológico y lo perfora hacia una trascendencia metafísica que es la crítica total a lo establecido, fijado, normalizado, cristalizado, muerto” (Dussel, E. 1977).
Podemos ahora diferenciar entre la conciencia moral presente dentro del sistema dominante, entendida como la aplicación de los principios vigentes  por el centro dominador; y la conciencia ética, como la capacidad que se tiene de escuchar la voz del otro que traspasa los límites del sistema instalado desde la moral del dominador.
Constituidos desde la conciencia ética, podemos escuchar la voz del otro, pero para escucharla “es necesario ser ateos al sistema o descubrir su fetichismo. En segundo lugar, es necesario respetar al otro como otro” (Dussel, E. 1977). El respeto por el otro surge como el lugar de toda actividad en la justicia; entendiéndolo no como respeto por la ley o el sistema vigente, sino el respeto por alguien, por la libertad del otro. Para Dussel, “el otro es lo único sagrado y digno de respeto sin límite” (Dussel, E. 1977).
Al escuchar el grito de protesta del otro, nos descentramos de nuestro propio sistema, y no introducimos en la novedad que significa hacerse responsable por el pobre ante el sistema. “Responsabilidad es tomar a cargo al pobre que se encuentra en la exterioridad ante el sistema” (Dussel, E. 1977). Y en este ejercicio de responsabilidad el hombre justo se ve amenazado por el poder dominante que se siente atacado por su gratuidad frente a la alteridad interpelante del excluido. Se transforma así en un “héroe de la liberación, antihéroe del sistema, que avanza su vida y la pone en juego” (Dussel, E. 1977).
 Al exponerse de esa manera, el héroe liberador manifiesta su deseo por un nuevo orden, imposibilitando en la tarea, el buen funcionamiento del sistema vigente. Aparece entonces como corruptor de juventudes, profeta del odio y el caos para los dominadores evidenciando de esta forma que quien “posee la pulsión de alteridad o amor al orden nuevo en el cual el pobre y oprimido pueda habitar en la justicia, se transforma aun contra su voluntad, en el principio activo de la destrucción del orden antiguo” (Dussel, E. 1977).
El proceso liberador trae asociado entonces, la destrucción caótica del orden establecido, semejando el proceso en que las hordas bárbaras invaden culturas superiores, devastando sin dejar nada en su lugar. La destrucción en el caso del proceso liberacionista dejaría lugar al nacimiento de lo nuevo, entendiéndose que “todo momento de pasaje es agónico, y por ello la liberación es igualmente agonía de lo antiguo para fecundo nacimiento de lo nuevo, de lo justo” (Dussel, E. 1977).
La liberación se entendería entonces como “anárjica” que en griego quiere decir: más allá del principio, por cuanto el origen de su metafísica actividad es el otro, que está más allá de la frontera establecida. Este acto liberador, estaría traspasando el horizonte del mundo, abriendo una brecha hacia un nuevo orden, futuro e insospechado; negando la negación del sistema (que no integra al otro considerándolo no-ser) y afirmando la historia del otro y en esa alteridad a todo un pueblo.
En este ejercicio libertario, aparece el verdadero rostro de la alteridad del otro; que ha sido sistemáticamente escondido tras la máscara que impone el dominador cuando aliena y oprime instrumentalizando al obrero, al campesino o a la mujer y su hijo. Para que se revele el rostro histórico biográfico de lo popular, es necesario movilizar las instituciones totalizadas del sistema dominante; desapropiando al poseedor del sistema, para que el hombre que ha sido definido como parte del mismo, se revele en plenitud.
Aparece entonces, la mirada que responsabiliza por la liberación del rostro que se expone al rechazo pero exige justicia; “es la mirada interpelante que promueve la misericordia, la justicia, la rebelión, la revolución, la liberación” (Dussel, E. 1977).
Podemos ahora, comenzar a definir la praxis de liberación, ya no como mera praxis al interior del sistema vigente, pues esta sólo sería una praxis que mantendría el orden establecido; por esta razón la praxis liberadora debiese estar traspasando el horizonte del sistema dominante para crear un nuevo orden, considerando que “no hay liberación sin económica y tecnología humanizada, diseño, y sin partir de una formación social histórica” (Dussel, E. 1977).
La acción liberadora que se dirige al otro, debe ser simultánea a un trabajo en su favor (es una praxis poíetica) por esta razón, la praxis liberadora “es el acto mismo por el que se traspasa el horizonte del sistema y se interna realmente en la exterioridad por el que se construye el nuevo orden, una nueva formación social más justa” (Dussel, E. 1977).
Esta praxis sintoniza con el vocablo hebreo “habodáh” que significa trabajo, y con el griego diakonía que se traduce como servicio. Trabajo y servicio que no se condice con el cumplimiento de una ley; sino que “es un trabajo (poíesis práctica, o praxis poiética) que se efectúa por el otro en la responsabilidad; por su liberación… la praxis de liberación es la procreación misma del nuevo orden, de su estructura inédita, al mismo tiempo que las funciones y entes que lo componen. Es una tarea realizativa por excelencia, creadora, inventora, innovadora” (Dussel, E. 1977).
En este sentido, y así como encontramos el ethos del dominador; también se configura un ethos liberador desde las categorías anteriormente descritas. Para Dussel, “el ethos de la liberación, del liberador por excelencia, es el modo habitual de no repetir lo mismo, sino que por el contrario, se trata de la aptitud o capacidad hecha carácter de innovar, de crear lo nuevo” (Dussel, E. 1977).
Sin embargo, este ethos se configura en torno a un eje esencial, que no es ni la compasión, ni la simpatía, sino la conmiseración entendida como “la pulsión alterativa o de justicia metafísica; es el amor al otro como otro, como exterioridad; amor al oprimido, pero no en su situación de oprimido, sino como sujeto de la exterioridad…descubrir al otro como otro y ponerse junto-a (con-) su miseria, vivir como propia la desproporción de ser libre y sufrir su esclavitud” (Dussel, E. 1977).
La conmiseración se transforma en el quicio que organiza todo el ethos y que ilumina el quehacer de la praxis liberadora; que permite distribuir según la dignidad de la persona y no en función de una legislación pervertida o de un sistema opresor. Desde la conmiseración se escucha atentamente al otro que interpela, se permite la entrega total de la vida en pro del nuevo orden a conquistar, a costa muchas veces de la propia vida, es el motor de la novedad innovadora de la praxis liberadora permitiendo encarnar en la historia la emancipación del oprimido y es por eso que “la auténtica política liberadora aconseja al héroe libertador y al pueblo hasta dar la vida por el orden nuevo; es prudencia imprudente para los dominadores del sistema, sabiduría absurda para la sabiduría en boga” (Dussel, E. 1977).
Si este pensar hace temible a quien se dispone a la tarea liberadora, ante los ojos del dominador, más temible es el hombre que no teme a la muerte, y es libre ante la muerte quien antes es libre al confort que atrapa al hombre burgués de la sociedad de consumo. La templanza frente a los dulces brazos del confort, permitiría desprenderse de todo para el servicio al pobre hasta la muerte, moldeando para ello la disciplina necesaria a seguir; pues “sin disciplina no hay liberación”. (Dussel, E. 1977).

Sin embargo, esta bondad que es la fuente misma del acto liberador y que se exterioriza en obras creadoras, revolucionarias e innovadoras, se aventura en un proyecto hacia la utopía real “realización de la exterioridad del otro, lo realmente utópico: lo que ahora y aquí no tiene lugar… hacia el orden nuevo” (Dussel, E. 1977), y en este sentido es crítica al orden establecido, su ruptura y destrucción. El acto liberador, su praxis se transforma entonces en ilegal, pues actúa fuera de la legalidad del sistema al minar sus fundamentos. “Es la inevitable posición de la liberación: la ilegalidad subversiva” (Dussel, E. 1977).

Celebrando la Pascua de Camilo Torres
+15 de Febrero de 1968
Valparaíso, 17 de Febrero de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario