2.4.5.- El Jesús histórico como punto de partida de la cristología de Jon Sobrino.-
Para
el creyente (y se presupone que el teólogo es uno de ellos), Jesucristo reclama
una significación universal, y no existe una manera única para entrar al
misterio que sea normada ni por el nuevo testamento ni por la enseñanza de la
iglesia.
Elegir
entonces el punto de partida de la cristología, no sólo implica tomar una
opción, sino que esta opción incide en los resultados a los cuales se llega en
conclusión del trabajo teológico. Por esta razón, la elección desde donde se
comienza la sistematización teológica, debiese ser siempre el punto de partida
que parezca más apto para dar cuenta del misterio de Jesucristo al pueblo
creyente.
Jon
Sobrino nos señala al respecto: “desde el
principio que elegimos como punto de partida la realidad de Jesús de Nazaret,
su vida, su misión y su destino, lo que suele llamarse el “Jesús histórico”.
(Sobrino, J. 1991 p.73).
En
términos generales, Jesucristo conforma una totalidad que se define por un
elemento trascendente (Cristo) y otro histórico (Jesús). Tradicionalmente se ha
privilegiado el elemento trascendente del Cristo, para comprender el ingreso de
Dios en la historia y se interpreta al Jesús de la historia desde la
conceptualización que surge desde la imagen de Cristo. Esta opción metodológica
se conoce como “cristología desde
arriba” o “cristología descendente” pues el Cristo, desde arriba ilumina la
reflexión de Jesús y la historia humana.
Sin
embargo para el autor, el descenso de Dios a la historia no se capta solamente
en la pura formalidad del Cristo, sino que se profundiza al cotejarlo con el
Jesús de la historia, en su praxis liberadora en medio de los hombres hasta su
muerte en cruz, y comprende en el hecho histórico de Jesús, “el acercamiento real de Dios a los hombres
en cuanto salvífico, compartiendo su condición hasta los extremos de la cruz.
Ese prodigio de Dios no es otra cosa que el Jesús de Nazareth concreto”
(Sobrino, J. 1991 p.75). En
esta opción de comenzar la cristología desde el Jesús de la historia, se
invierte el método cristológico, pues comienza desde abajo, y se convierte en
una “cristología ascendente”.
Sin
embargo, Sobrino es consciente que el declarar que Jesús es el Cristo, es una
afirmación límite que sólo tiene asidero en la fe en Jesucristo. Por esta razón
aclara que estas afirmaciones límite que se comprenden desde la fe, deben tener
una justificación en la historia y desde allí vislumbrar el misterio del Dios
vivo que se revela a los hombres. Por esta razón recurre al método de
interpretación bíblica pues “en la
Escritura, las afirmaciones-límite trascendentes vienen precedidas de
afirmaciones históricas. Así, en el cántico de Moisés se habla de Dios, en sí
mismo liberador (afirmación-límite), pero esta confesión de fe viene precedida
de la realidad de la liberación de Egipto, atribuida (en la fe) a Dios”.
(Sobrino, J. 1991 p.76).
En
este sentido, la fe en Cristo, confesada por las primeras comunidades, se vio
enfrentada al hecho histórico de Jesús, su ministerio, su muerte en cruz y su
resurrección. Es entonces, en la historia del los hombres donde se manifiesta
esta fe, y constituye el camino privilegiado para comprender que el Jesús de la
historia es el Cristo de la fe. “Y ese
camino comenzó con Jesús de Nazaret. El camino lógico de la cristología es,
pues, el cronológico. Jesús puede ser comprendido como el camino al Cristo”.
(Sobrino, J. 1991 p.76).
No
obstante, el hecho de que Jesús sea el Cristo, aun sigue siendo una afirmación
límite, y es importante comprender que esta sentencia (así como la afirmación
límite de realidades como el amor, la libertad y la vida misma) necesitan del
camino del conocimiento. Lo que hasta hoy nos ha sido transmitido de Jesús, nos
viene desde los relatos del nuevo testamento, donde indiscutiblemente se
presenta a Jesucristo ya reflexionado por la fe de la comunidad, después del
acontecimiento de la resurrección. Son los escritos del nuevo testamento los
primeros en declarar que Jesús es el Cristo, pero para ello, su salvaguarda es
precisamente el Jesús de la historia, que en una posterior elaboración
literaria ha sido teologizado; y a su vez, el Cristo de la fe ha sido también
historizado. De esta manera, el Jesús del nuevo testamento se transforma en la
mejor salvaguarda frente a las deformaciones posteriores que se quisieron
imponer en los primeros siglos del cristianismo.
Sobrino nos dirá finalmente que, “por estas dos razones fundamentales –que
Jesús sea el mejor camino hacia el Cristo y su mejor salvaguarda- elegimos el
“Jesús histórico” como punto de partida” (Sobrino, J. 1991 p.79), para la
elaboración de su cristología.
Las
otras cristologías que se elaboran en la iglesia católica, suelen partir
principalmente desde las afirmaciones dogmáticas conciliares (especialmente
desde el Concilio de Calcedonia que declara la divinidad de la persona de
Cristo en dos naturalezas humana y divina), o desde afirmaciones
bíblico-dogmáticas, que rescatan expresiones como Cristo el “Señor” o “Hijo de
Dios”, pero que no permite una comprensión del misterio de Cristo, de mejor
forma que si comenzamos con el Jesús histórico, que originó esta variedad de
cristologías.
Otro punto de partida importante para la cristología católica, es
el Kerygma (o predicación del Cristo muerto y resucitado), pues desde 1892 M.
Kähler, renunciando a recuperar la biografía de Jesús, propone que “el verdadero Cristo es el Cristo predicado”
(Sobrino, J. 1991 p.83) y desde ese minuto, se comenzará también a usar la
distinción entre Jesús histórico y el Cristo de la fe.
Otros puntos de partida
utilizados por los teólogos en referencia a la cristología han sido la experiencia
de la presencia actual de Cristo en el culto, la resurrección de Cristo y la
doctrina que en los siglos XVIII y XIX presentaba a Jesús como maestro y modelo
de religión universal, éste último; denunciado como peligroso por el autor pues
“las doctrinas de Jesús no son la
confirmación de la sustancia religiosa del hombre universal ni menos la
confirmación del ideal burgués del ser humano, sino su crítica” (Sobrino, J.
1991 p.85).
No obstante, desde la postura crítica a las cristologías que
parten desde otros lugares, se pretende evidenciar su fragilidad al dejar de
lado al Jesús de la historia o el peligro que significa una cristología sin
Jesús, pero el autor reconoce en ellas, elementos que aportan a la reflexión de
la cristología actual, con un marcado acento en que no dejen de lado a Jesús de
Nazaret en su proceso de sistematización teológica.
Sábado Noche de Luna Llena, 29 de Agosto de 2015
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