jueves, 27 de agosto de 2015

2.4. La Cristología de Jon Sobrino.-

2.4. La Cristología de Jon Sobrino.-



2.4.1. Introducción

Para comprender la cristología de Jon Sobrino, debemos referirnos a la introducción del texto, donde el autor nos señala que “en este libro queremos presentar al Cristo que es Jesús de Nazaret, y por ello, lo hemos titulado Jesucristo Liberador” (Sobrino, J. 1991 p.17). Ya desde la primera frase, se deja entrever la finalidad de la cristología de la liberación en general y la de Sobrino en particular: es una cristología que se enmarca en el seguimiento de Jesús de Nazaret, el hombre histórico que la fe de una comunidad de creyentes le ha reconocido como el Cristo.

El título no es antojadizo, sino que está cargado por la densidad de la historia reciente del continente americano, que desde la intuición original de Gustavo Gutiérrez constata el surgimiento de una nueva reflexión desde el mundo de los más pobres, que se imbrica por el interés de rescatar una imagen más histórica de Jesucristo, privilegiándose desde esta parte del mundo, un ejercicio teológico en virtud del ministerio de Jesús de Nazaret, el hombre histórico, para comprender de mejor forma al Cristo de la fe.

En este sentido, “es un hecho que la vuelta a Jesús de Nazaret ha hecho recobrar, también históricamente, una nueva imagen de Cristo y que esta ha desencadenado una fe fructífera para los creyentes, para la Iglesia y para los procesos de liberación” (Sobrino, J. 1991 p.17).



El trabajo de Sobrino, (en especial esta cristología) es construido experiencialmente en la República del Salvador, en medio de su sangrienta guerra civil. El autor, teólogo y sacerdote jesuita es el único sobreviviente de la matanza de la Uca. Su obra está dedicada a los mártires (entre ellos a Martín Baró), y como testimonio contra la desesperanza nos relata que “este libro está escrito en medio de la crucifixión, pero, en definitiva, con la esperanza de la liberación” (Sobrino, J. 1991 p.17).



Es precisamente esta coyuntura histórica, la que motiva al teólogo a desarrollar su cristología; pues para Sobrino “no hay que olvidar que en la historia ha habido cristologías heréticas que han recortado la verdad total de Cristo, y –lo que es peor- que ha habido cristologías objetivamente nocivas, que han presentado a un Cristo distinto y aun objetivamente contrario a Jesús de Nazaret. (Sobrino, J. 1991 p.20).

En este sentido, el esfuerzo de la cristología de Sobrino no consiste sólo en una actualización del trabajo teológico por el sólo gusto académico, sino más bien se encuadra en el deseo de hacer actual, lúcida y comprometida la labor del teólogo en un contexto donde no se encuentra ni siquiera el mínimo aceptable para que la vida humana pueda desarrollarse. 

Y en este sentido el autor nos señala: “Recordemos que nuestro continente cristiano ha vivido siglos de opresión inhumana y anticristiana sin que la cristología, al parecer, se diera por enterada y sin que supusiera una denuncia profética en nombre de Jesucristo” (Sobrino, J. 1991 p.20). El trabajo teológico entonces, desde la perspectiva de la liberación, no sólo se traduce en el cumplimiento de “dar razón de su esperanza” (1Pe. 3,15), sino que también se transforma en un compromiso histórico con aquellos sectores sociales más vulnerables; pues el autor considera que “en América Latina, la cristología es una necesidad por razones históricas: es necesario presentar a un Cristo que, como mínimo, sea aliado de la liberación, no de la opresión” (Sobrino, J. 1991 p.21).


No obstante, está opción por el Cristo Liberador, no es una opción ideologizada o antojadizamente arbitraria; surge desde la fe razonada y vivida en medio de contextos conflictivos y se encuentra iluminada por la lectura comunitaria del Evangelio. Es la expresión de hombres y mujeres que siguen a Jesús de Nazaret y que el teólogo, al servicio de su comunidad eclesial, ha sistematizado para una mejor comprensión de la fe y del compromiso que ésta debe tener en la vida personal y en la historia de la comunidad.

En esta línea, lo fundamental y lo fundante que ilumina la reflexión de esta cristología es “la opción de Jesús por los pobres, su misericordia y justicia, su confrontación con los poderosos, su persecución y muerte a causa de todo ello, su resurrección reivindicadora. Y ante todo que a ese Jesús hay que seguir.” (Sobrino, J. 1991 p.22).


En sintonía con esta opción, las razones para esta cristología son fundamentalmente dos. La primera de tipo ético se funda en el hecho de la manipulación que se hace de la figura de Jesucristo en un continente mayoritariamente creyente (a diferencia de lo que ocurre en Europa, Asia o África) y donde es necesario rescatar una cristología en función de una iglesia de los pobres, considerando que es la opción de la Iglesia Latinoamericana desde la Conferencia de Medellín y ratificada en Puebla. Esta opción se ve confirmada por la realidad histórica del continente, pues “tanto Cristo como el continente están hoy crucificados. Y estas cruces no sólo dan que pensar y mueven a cambiar en el modo de pensar, sino que obligan a pensar” (Sobrino, J. 1991 p.24).



Una segunda razón está dada por la realidad misma de Cristo, pues desde la mirada del creyente, él es “eu-aggelion, buena noticia, la aparición de la benignidad de Dios” (Sobrino, J. 1991 p.25) en medio de la historia de la humanidad. Este hecho, no sólo es una constatación de fe, de que Jesucristo es Buena Noticia, sino que se manifiesta en que produce a su vez gozo y agradecimiento. Y en este sentido, especialmente en Latinoamérica, Jesucristo no sólo es visto como el crucificado; también es reconocido como Buena Noticia, y lo mismo ocurre con la cristología. La Buena Noticia de Jesucristo entonces, es una realidad que goza de un status de importancia y trascendencia para el pueblo latinoamericano y es labor del teólogo cuidar de que no sea víctima de secuestro y tergiversaciones con intenciones funcionales del poder idolátrico de quienes manejan los privilegios en contra del resto del pueblo, y frente a este secuestro de Jesucristo “hay que salir en su defensa y dar la cara por él” (Sobrino, J. 1991 p.25).

En la centralidad de esta cristología encontramos en palabras del propio autor que: “la finalidad de esta cristología es la de presentar la verdad de Jesucristo desde la perspectiva de la liberación, y este libro se mantiene, por lo tanto, en la línea trazada ya hace años” (Sobrino, J. 1991 p.26). Y como correlato a esta finalidad explicitada, nos encontramos con la justificación de esta mirada liberacionista presente en toda la obra: “la razón de esta insistencia es que la liberación es correlativa a la opresión, y ésta, en forma de injusta pobreza – a la que se añaden las opresiones por causa de las etnias, la cultura, el sexo…-, no sólo no ha desaparecido, sino que en la mayoría de los casos va en aumento”. (Sobrino, J. 1991 p.26).


En esta línea de pensamiento, el trabajo de la cristología de Jon Sobrino, se dirige en una doble dirección. En primer lugar se pretende seguir al Jesús de la historia, que la fe proclama como el Cristo, y para ello se presentarán tres acontecimientos centrales en la vida de Jesús: “su servicio al reino de Dios, su relación con Dios Padre y su muerte en cruz” (Sobrino, J. 1991 p.27), insistiendo ciertamente en el carácter liberador, de la misión de Jesús y de la Buena Noticia que significa para todo un pueblo, que el Hijo de Dios actúe de esa forma en defensa de los desposeídos y marginados de la sociedad.

La segunda línea de profundización, estará encausada al Cristo de la fe, elaboración posterior a la experiencia del Calvario, y que presupone la resurrección reivindicadora de Jesús (Dios resucita al asesinado por los poderosos como gesto de poder frente al sistema opresor), confesando que Jesús es el Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, presente y actuante en la historia, contenido en el derrotero del dogma cristiano.

Esta realidad, la que el Jesús de la historia es el Cristo de la fe, se comprende en una unidad. Y esta unidad es Jesucristo, objeto de la Cristología, y fundamento del seguimiento de la vida cristiana en fidelidad a la Buena Noticia del Evangelio. Sin embargo, el contexto en que se realiza la reflexión de Jon Sobrino, está marcado por la sangre del martirio salvadoreño y se identifica con el Crucificado. La realidad de Jesucristo se entrecruza entonces, con la historia de un pueblo entero crucificado por los poderosos, y que a pesar de ello se transforma en signo de esperanza para otros y otras.

En este sentido Sobrino confiesa que el libro “lo hemos escrito en medio de la guerra, de amenazas, de conflictos y persecuciones, que produce innumerables urgencias a las que hay que atender e innumerables trastornos en el ritmo de trabajo. El asesinato martirio de mis hermano jesuitas, de Julia Elba y Celina, dejó el corazón helado y la cabeza vacía” (Sobrino, J. 1991 p.29)), evidenciando de esta manera, que la cristología de la liberación se desarrolla dentro de un contexto muy concreto y cargado de la densidad de la historia, que no lo transforma sólo en una reflexión teológica particular y contextual restrictiva (como muchos críticos señalan) sino que abre con su reflexión desde el pueblo sufriente, una nueva dimensión a la hora de comprender la figura bíblica del “Siervo sufriente”, pues no es sólo una bella y metafórica figura literaria, sino una realidad presente y que invita al ejercicio intelectual y al compromiso activo por la liberación de los oprimidos.

De esta forma, el Jesucristo crucificado, se transforma en Jesucristo Libertador, del lado de los más vulnerables, desde el reverso de la historia, sembrando esperanza creyente contra toda esperanza; en palabras del mismo Sobrino: “El Jesucristo crucificado, tan omnipresente, es realmente una buena noticia, es, en verdad, un Jesucristo Libertador” (Sobrino, J. 1991 p.30).

2.4.2.- Una nueva Imagen de Cristo que propicia una nueva fe liberadora.

En un continente mayoritariamente cristiano, la imagen que ha prevalecido históricamente ha sido la del Cristo crucificado y doliente. Desde el principio de la evangelización la religiosidad popular atestigua este hecho a lo largo y ancho de toda Latinoamérica, concentrándose en diferentes regiones devociones con un fuerte sentido del sufrimiento de Jesús en su pasión y muerte en cruz. Este hecho el autor lo comprende dado que, desde “los inicios, los indígenas vencidos que aceptaron a Cristo lo hicieron de forma específica. No lo asumieron sincretistamente, sino que del Cristo traído por los vencedores asumieron, precisamente, aquello que más los asemejaba a él: un Cristo, él mismo aniquilado y vencido” (Sobrino, J. 1991 p.32). El devenir histórico de esta devoción ha confluido en que hasta el día de hoy “el Cristo de las mayorías pobres de Latino América es el Cristo sufriente, de modo que la semana santa es el momento religioso más importante del año.” (Sobrino, J. 1991 p.32).

No obstante, en lo que ha significado el mayor hecho cristológico latinoamericano, “el tradicional Cristo sufriente ha sido visto no ya sólo como símbolo de sufrimiento con el cual poder identificarse, sino también y específicamente como símbolo de protesta contra su sufrimiento, y, sobre todo, como símbolo de liberación” (Sobrino, J. 1991 p.33).

En este sentido, esta nueva imagen de Cristo en el continente no sólo anima el desarrollo teológico de Sobrino y otros más que descubren el rostro de un Dios liberador y lo exponen sistemáticamente. Ha sido también el impulso para una nueva forma de vivir la fe, que se compromete con la historia y con los necesarios y profundos cambios sociales que se nos exigen desde la perspectiva del Evangelio. El hecho más significativo de esta nueva manera de vivir se grafica en que “muchos cristianos han sido asesinados en América Latina, pero no cualquiera de ellos, sino los que actúan consecuentemente, según la nueva imagen del Cristo liberador. Y este hecho martirial generalizado es la mejor prueba de que existe en verdad una nueva imagen de Cristo y una imagen más de acuerdo al Cristo que es Jesús. Fe en Cristo, significa ante todo, seguimiento de Jesús” (Sobrino, J. 1991 p.34).

Esta renovada fe en Cristo se ha traducido entonces en seguimiento del Jesús de la historia, y este “Jesús está a favor de unos, los oprimidos, y en contra de otros, los opresores” (Sobrino, J. 1991 p.34); el Cristo y la fe en él se transforma entonces en conflictivos incomodando hasta el extremo a los poderosos que emplean toda la maquinaria de muerte disponible para acallar estas nuevas expresiones de fe que surgen por todo el continente. En palabras del propio autor “el seguimiento de Jesús es, por esencia, conflictivo porque significa reproducir una práctica a favor de unos y en contra de otros, y esto origina ataques y persecución” (Sobrino, J. 1991 p.34).

La densidad del testimonio martirial que esta nueva imagen de Cristo ha venido a nutrir en medio del pueblo creyente, también es signo históricamente visible en contra de otras cristologías de origen europeo o norteamericano que restringen de manera alienante el contenido de la cristología en términos sistemáticos y con las consiguientes repercusiones prácticas en la vivencia pastoral. Este Cristo libertador, desnuda la alienante realidad de un Cristo abstracto, cuya imagen se asocia al Cristo poderoso o Señor omnipotente, que ha justificado formas opresivas y autoritarias tanto políticas como eclesiásticas.

Otra realidad alienante que se desnuda frente al Cristo liberador, es el Cristo reconciliador pues “es peligroso confesar al Cristo-reconciliador sin tener centralmente en cuenta a Jesús de Nazaret, y es peligroso que, cuando se lo recuerde, se presente a un Jesús pacífico, sin denuncia profética, a un Jesús de las bienaventuranzas a los pobres (que además no han solido ser entendidos como pobres reales), sin maldiciones a los ricos, a un Jesús que ama a todos, pero sin concretar la forma diversa que toma ese amor: defensa de los pobres y radical exigencia de conversión a sus opresores” (Sobrino, J. 1991 p.40).


Finalmente, la otra imagen alienante desenmascarada por el Cristo liberador, es la de un Cristo absolutamente absoluto, cuya reducción consiste en desarraigarlo de la historia y considerarlo como un valor en sí mismo, sin compromiso con los otros ni otras con los que se construye sociedad.

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