2.4. La Cristología de Jon Sobrino.-
2.4.1. Introducción
Para
comprender la cristología de Jon Sobrino, debemos referirnos a la introducción
del texto, donde el autor nos señala que “en
este libro queremos presentar al Cristo que es Jesús de Nazaret, y por ello, lo
hemos titulado Jesucristo Liberador” (Sobrino, J. 1991 p.17). Ya desde la
primera frase, se deja entrever la finalidad de la cristología de la liberación
en general y la de Sobrino en particular: es una cristología que se enmarca en
el seguimiento de Jesús de Nazaret, el hombre histórico que la fe de una
comunidad de creyentes le ha reconocido como el Cristo.
El
título no es antojadizo, sino que está cargado por la densidad de la historia
reciente del continente americano, que desde la intuición original de Gustavo
Gutiérrez constata el surgimiento de una nueva reflexión desde el mundo de los
más pobres, que se imbrica por el interés de rescatar una imagen más histórica
de Jesucristo, privilegiándose desde esta parte del mundo, un ejercicio
teológico en virtud del ministerio de Jesús de Nazaret, el hombre histórico,
para comprender de mejor forma al Cristo de la fe.
En
este sentido, “es un hecho que la vuelta
a Jesús de Nazaret ha hecho recobrar, también históricamente, una nueva imagen
de Cristo y que esta ha desencadenado una fe fructífera para los creyentes,
para la Iglesia y para los procesos de liberación” (Sobrino, J. 1991 p.17).
El
trabajo de Sobrino, (en especial esta cristología) es construido
experiencialmente en la República del Salvador, en medio de su sangrienta
guerra civil. El autor, teólogo y sacerdote jesuita es el único sobreviviente
de la matanza de la Uca. Su obra está dedicada a los mártires (entre ellos a
Martín Baró), y como testimonio contra la desesperanza nos relata que “este libro está escrito en medio de la
crucifixión, pero, en definitiva, con la esperanza de la liberación” (Sobrino,
J. 1991 p.17).
Es
precisamente esta coyuntura histórica, la que motiva al teólogo a desarrollar
su cristología; pues para Sobrino “no hay
que olvidar que en la historia ha habido cristologías heréticas que han
recortado la verdad total de Cristo, y –lo que es peor- que ha habido cristologías
objetivamente nocivas, que han presentado a un Cristo distinto y aun
objetivamente contrario a Jesús de Nazaret. (Sobrino, J. 1991 p.20).
En
este sentido, el esfuerzo de la cristología de Sobrino no consiste sólo en una
actualización del trabajo teológico por el sólo gusto académico, sino más bien
se encuadra en el deseo de hacer actual, lúcida y comprometida la labor del
teólogo en un contexto donde no se encuentra ni siquiera el mínimo aceptable
para que la vida humana pueda desarrollarse.
Y en este sentido el autor nos
señala: “Recordemos que nuestro
continente cristiano ha vivido siglos de opresión inhumana y anticristiana sin
que la cristología, al parecer, se diera por enterada y sin que supusiera una
denuncia profética en nombre de Jesucristo” (Sobrino, J. 1991 p.20). El
trabajo teológico entonces, desde la perspectiva de la liberación, no sólo se
traduce en el cumplimiento de “dar razón de su esperanza” (1Pe. 3,15), sino que
también se transforma en un compromiso histórico con aquellos sectores sociales
más vulnerables; pues el autor considera que “en América Latina, la cristología es una necesidad por razones
históricas: es necesario presentar a un Cristo que, como mínimo, sea aliado de
la liberación, no de la opresión” (Sobrino, J. 1991 p.21).
No
obstante, está opción por el Cristo Liberador, no es una opción ideologizada o
antojadizamente arbitraria; surge desde la fe razonada y vivida en medio de
contextos conflictivos y se encuentra iluminada por la lectura comunitaria del
Evangelio. Es la expresión de hombres y mujeres que siguen a Jesús de Nazaret y
que el teólogo, al servicio de su comunidad eclesial, ha sistematizado para una
mejor comprensión de la fe y del compromiso que ésta debe tener en la vida
personal y en la historia de la comunidad.
En
esta línea, lo fundamental y lo fundante que ilumina la reflexión de esta
cristología es “la opción de Jesús por
los pobres, su misericordia y justicia, su confrontación con los poderosos, su
persecución y muerte a causa de todo ello, su resurrección reivindicadora. Y
ante todo que a ese Jesús hay que seguir.” (Sobrino, J. 1991 p.22).
En
sintonía con esta opción, las razones para esta cristología son
fundamentalmente dos. La primera de tipo ético se funda en el hecho de la
manipulación que se hace de la figura de Jesucristo en un continente
mayoritariamente creyente (a diferencia de lo que ocurre en Europa, Asia o
África) y donde es necesario rescatar una cristología en función de una iglesia
de los pobres, considerando que es la opción de la Iglesia Latinoamericana
desde la Conferencia de Medellín y ratificada en Puebla. Esta opción se ve
confirmada por la realidad histórica del continente, pues “tanto Cristo como el continente están hoy crucificados. Y estas cruces
no sólo dan que pensar y mueven a cambiar en el modo de pensar, sino que
obligan a pensar” (Sobrino, J. 1991 p.24).
Una
segunda razón está dada por la realidad misma de Cristo, pues desde la mirada
del creyente, él es “eu-aggelion, buena
noticia, la aparición de la benignidad de Dios” (Sobrino, J. 1991 p.25) en
medio de la historia de la humanidad. Este hecho, no sólo es una constatación
de fe, de que Jesucristo es Buena Noticia, sino que se manifiesta en que
produce a su vez gozo y agradecimiento. Y en este sentido, especialmente en Latinoamérica,
Jesucristo no sólo es visto como el crucificado; también es reconocido como
Buena Noticia, y lo mismo ocurre con la cristología. La Buena Noticia de
Jesucristo entonces, es una realidad que goza de un status de importancia y
trascendencia para el pueblo latinoamericano y es labor del teólogo cuidar de
que no sea víctima de secuestro y tergiversaciones con intenciones funcionales
del poder idolátrico de quienes manejan los privilegios en contra del resto del
pueblo, y frente a este secuestro de Jesucristo “hay que salir en su defensa y dar la cara por él” (Sobrino, J. 1991
p.25).
En
la centralidad de esta cristología encontramos en palabras del propio autor que: “la finalidad de esta cristología es la de
presentar la verdad de Jesucristo desde la perspectiva de la liberación, y este
libro se mantiene, por lo tanto, en la línea trazada ya hace años” (Sobrino, J.
1991 p.26). Y como correlato a esta finalidad explicitada, nos encontramos
con la justificación de esta mirada liberacionista presente en toda la obra: “la razón de esta insistencia es que la
liberación es correlativa a la opresión, y ésta, en forma de injusta pobreza –
a la que se añaden las opresiones por causa de las etnias, la cultura, el
sexo…-, no sólo no ha desaparecido, sino que en la mayoría de los casos va en
aumento”. (Sobrino, J. 1991 p.26).
En
esta línea de pensamiento, el trabajo de la cristología de Jon Sobrino, se
dirige en una doble dirección. En primer lugar se pretende seguir al Jesús de
la historia, que la fe proclama como el Cristo, y para ello se presentarán tres
acontecimientos centrales en la vida de Jesús: “su servicio al reino de Dios, su relación con Dios Padre y su muerte
en cruz” (Sobrino, J. 1991 p.27), insistiendo ciertamente en el carácter
liberador, de la misión de Jesús y de la Buena Noticia que significa para todo
un pueblo, que el Hijo de Dios actúe de esa forma en defensa de los desposeídos
y marginados de la sociedad.
La
segunda línea de profundización, estará encausada al Cristo de la fe,
elaboración posterior a la experiencia del Calvario, y que presupone la
resurrección reivindicadora de Jesús (Dios resucita al asesinado por los
poderosos como gesto de poder frente al sistema opresor), confesando que Jesús
es el Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, presente y actuante en la
historia, contenido en el derrotero del dogma cristiano.
Esta
realidad, la que el Jesús de la historia es el Cristo de la fe, se comprende en
una unidad. Y esta unidad es Jesucristo, objeto de la Cristología, y fundamento
del seguimiento de la vida cristiana en fidelidad a la Buena Noticia del Evangelio.
Sin embargo, el contexto en que se realiza la reflexión de Jon Sobrino, está
marcado por la sangre del martirio salvadoreño y se identifica con el
Crucificado. La realidad de Jesucristo se entrecruza entonces, con la historia
de un pueblo entero crucificado por los poderosos, y que a pesar de ello se
transforma en signo de esperanza para otros y otras.
En
este sentido Sobrino confiesa que el libro
“lo hemos escrito en medio de la guerra, de amenazas, de conflictos y
persecuciones, que produce innumerables urgencias a las que hay que atender e
innumerables trastornos en el ritmo de trabajo. El asesinato martirio de mis
hermano jesuitas, de Julia Elba y Celina, dejó el corazón helado y la cabeza
vacía” (Sobrino, J. 1991 p.29)), evidenciando de esta manera, que la
cristología de la liberación se desarrolla dentro de un contexto muy concreto y
cargado de la densidad de la historia, que no lo transforma sólo en una
reflexión teológica particular y contextual restrictiva (como muchos críticos
señalan) sino que abre con su reflexión desde el pueblo sufriente, una nueva
dimensión a la hora de comprender la figura bíblica del “Siervo sufriente”,
pues no es sólo una bella y metafórica figura literaria, sino una realidad
presente y que invita al ejercicio intelectual y al compromiso activo por la
liberación de los oprimidos.
De
esta forma, el Jesucristo crucificado, se transforma en Jesucristo Libertador,
del lado de los más vulnerables, desde el reverso de la historia, sembrando
esperanza creyente contra toda esperanza; en palabras del mismo Sobrino: “El Jesucristo crucificado, tan
omnipresente, es realmente una buena noticia, es, en verdad, un Jesucristo
Libertador” (Sobrino, J. 1991 p.30).
2.4.2.- Una nueva Imagen de Cristo que propicia una nueva fe
liberadora.
En
un continente mayoritariamente cristiano, la imagen que ha prevalecido
históricamente ha sido la del Cristo crucificado y doliente. Desde el principio
de la evangelización la religiosidad popular atestigua este hecho a lo largo y
ancho de toda Latinoamérica, concentrándose en diferentes regiones devociones
con un fuerte sentido del sufrimiento de Jesús en su pasión y muerte en cruz.
Este hecho el autor lo comprende dado que, desde “los inicios, los indígenas vencidos que aceptaron a Cristo lo hicieron
de forma específica. No lo asumieron sincretistamente, sino que del Cristo
traído por los vencedores asumieron, precisamente, aquello que más los
asemejaba a él: un Cristo, él mismo aniquilado y vencido” (Sobrino, J. 1991
p.32). El devenir histórico de esta devoción ha confluido en que hasta el
día de hoy “el Cristo de las mayorías
pobres de Latino América es el Cristo sufriente, de modo que la semana santa es
el momento religioso más importante del año.” (Sobrino, J. 1991 p.32).
No
obstante, en lo que ha significado el mayor hecho cristológico latinoamericano,
“el tradicional Cristo sufriente ha sido
visto no ya sólo como símbolo de sufrimiento con el cual poder identificarse,
sino también y específicamente como símbolo de protesta contra su sufrimiento,
y, sobre todo, como símbolo de liberación” (Sobrino, J. 1991 p.33).
En
este sentido, esta nueva imagen de Cristo en el continente no sólo anima el
desarrollo teológico de Sobrino y otros más que descubren el rostro de un Dios
liberador y lo exponen sistemáticamente. Ha sido también el impulso para una
nueva forma de vivir la fe, que se compromete con la historia y con los
necesarios y profundos cambios sociales que se nos exigen desde la perspectiva
del Evangelio. El hecho más significativo de esta nueva manera de vivir se
grafica en que “muchos cristianos han
sido asesinados en América Latina, pero no cualquiera de ellos, sino los que
actúan consecuentemente, según la nueva imagen del Cristo liberador. Y este
hecho martirial generalizado es la mejor prueba de que existe en verdad una
nueva imagen de Cristo y una imagen más de acuerdo al Cristo que es Jesús. Fe
en Cristo, significa ante todo, seguimiento de Jesús” (Sobrino, J. 1991 p.34).
Esta
renovada fe en Cristo se ha traducido entonces en seguimiento del Jesús de la
historia, y este “Jesús está a favor de
unos, los oprimidos, y en contra de otros, los opresores” (Sobrino, J. 1991
p.34); el Cristo y la fe en él se transforma entonces en conflictivos
incomodando hasta el extremo a los poderosos que emplean toda la maquinaria de
muerte disponible para acallar estas nuevas expresiones de fe que surgen por
todo el continente. En palabras del propio autor “el seguimiento de Jesús es, por esencia, conflictivo porque significa
reproducir una práctica a favor de unos y en contra de otros, y esto origina
ataques y persecución” (Sobrino, J. 1991 p.34).
La
densidad del testimonio martirial que esta nueva imagen de Cristo ha venido a
nutrir en medio del pueblo creyente, también es signo históricamente visible en
contra de otras cristologías de origen europeo o norteamericano que restringen
de manera alienante el contenido de la cristología en términos sistemáticos y
con las consiguientes repercusiones prácticas en la vivencia pastoral. Este
Cristo libertador, desnuda la alienante realidad de un Cristo abstracto, cuya
imagen se asocia al Cristo poderoso o Señor omnipotente, que ha justificado
formas opresivas y autoritarias tanto políticas como eclesiásticas.
Otra
realidad alienante que se desnuda frente al Cristo liberador, es el Cristo
reconciliador pues “es peligroso confesar
al Cristo-reconciliador sin tener centralmente en cuenta a Jesús de Nazaret, y
es peligroso que, cuando se lo recuerde, se presente a un Jesús pacífico, sin
denuncia profética, a un Jesús de las bienaventuranzas a los pobres (que además
no han solido ser entendidos como pobres reales), sin maldiciones a los ricos,
a un Jesús que ama a todos, pero sin concretar la forma diversa que toma ese
amor: defensa de los pobres y radical exigencia de conversión a sus opresores”
(Sobrino, J. 1991 p.40).
Finalmente,
la otra imagen alienante desenmascarada por el Cristo liberador, es la de un
Cristo absolutamente absoluto, cuya reducción consiste en desarraigarlo de la
historia y considerarlo como un valor en sí mismo, sin compromiso con los otros
ni otras con los que se construye sociedad.
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